María del Carmen Paiva

(Asunción, 1942)

Poeta y narradora. Aunque empezó a escribir desde muy joven y ha integrado varios talleres de poesía y narrativa, María del Carmen Paiva sólo ha empezado a publicar en 1995. De ese año son sus primeros dos poemarios: El ángel escarlata y otros poemas y Detenimientos. De posterior aparición son Comparecencias (1997), Desgajos (2001) y Cortejo a Arthur Rimbaud en ‘Iluminaciones’ (2002). Tiene, además, poemas y cuentos inéditos. Algunos de sus textos han aparecido en periódicos y revistas de la capital.

FATIGA

Todavía

aquellas vigilias

arropadas de miedo,

y el vacío ante los astros

en el ropero, destellando aparecidos.

La demora

y el inventario prohibido

que no me animaba a descifrar.

Aún deseo un talismán

contra los malos sueños,

que me obligan a llorar,

a fugarme por una rendija

a un sitio descollante, solar.

LIBRE

Más allá de mí,

ando como si estuviera

ya viva, después de la vida.

Desde el hondo corazón

hasta el alba más pura.

(De: Comparecencias, 1997)

A UN LADO

Imágenes,

conmemoraciones placenteras;

así, la tardanza

en dos tazas de café

bien compartidas.

Mas, en los ojos,

antojadiza,

una daga suspendiendo

de inmediato

la insinuación inaudita

dentro del recipiente ya vacío.

POR SI ACASO

Estoy segura

de que amamos lo mismo,

y de que nos añoramos

a la misma hora.

Mas no podemos hacer nada.

Tal vez estamos sentenciados

(¿es ésta la sentencia?).

Por nosotros,

por motivos de la vida,

por las dudas,

no te vayas lejos.

(De: Desgajos, 2001)

Dirma Pardo Carugati

(Asunción, 1934)

Cuentista y periodista. Aunque nacida en la Argentina, es paraguaya naturalizada y vive en Asunción desde hace muchos años. Miembro de Número de la Academia Paraguaya de la Lengua Española desde 1996, socia fundadora y tres veces presidenta del Club del Libro Nº 1 (creado por Ana Iris Chaves en 1968), integrante y coordinadora del Taller Cuento Breve que dirigió Hugo Rodríguez-Alcalá durante casi dos décadas (desde 1983), Dirma Pardo Carugati se ha desempeñado como docente en institutos secundarios y universitarios de Asunción durante tres décadas (1962-1992) y ha colaborado con la revista Visión. Ejerció también el periodismo en La Tribuna (1956-1976), donde fue comentarista de cine y estuvo a cargo de la página femenina de dicho periódico. Tiene más de veinte cuentos publicados en diversas antologías y suplementos literarios, incluso en los siete tomos de la colección del Taller Cuento Breve. Varios de sus cuentos han sido premiados en concursos locales. Es autora de dos libros de cuentos: La Víspera y el Día (1992) y Cuentos de tierra caliente (1999). También es co-autora (con Hugo Rodríguez-Alcalá) de la nueva edición, aumentada, de Historia de la literatura paraguaya (2000) y (con la pintora Graciela Nery Huerta) de Cuentos, mitos y leyendas (1999), librito collage de texto y pintura donde lo textual y lo visual dialogan y se iluminan mutuamente. Uno de sus relatos ("Baldosas negras y blancas") fue adaptado al cine y sirvió de guión a la primera película paraguaya de largo metraje (El secreto de la señora, 1989), dos veces distinguida en festivales internacionales: en La Habana, en 1989, y en Buenos Aires, en 1993. Actualmente tiene en preparación su tercer libro de cuentos.

O JULIO O CESAR

"Al errar por las lentas galerías

Suelo sentir con vago horror sagrado

Que soy el otro, el muerto que habrá dado

Los mismos pasos en los mismos días."

Jorge Luis Borges. "Poema de los dones"

–Le aseguro que todos están equivocados. Lo que pasa es que no comprenden el problema. Yo no tendría que estar aquí; es una equivocación o una maquinación del abogado de mi esposa para obtener el divorcio que a ella le conviene. Ud. parece razonable, por lo menos me escucha sin muecas escépticas. Tal vez pueda entender mi ansiedad, aunque dudo de que pueda ayudarme. Esto no es un complejo de infortunio ni son ideas delirantes.

Todo se reduce a eso, a una simple cuestión de identidad. Pero nadie me comprende, ni siquiera mi esposa, a la que quiero tanto. ¡Yo creía que ella también me amaba y fíjese lo que hace! No merezco tanta incomprensión de su parte. Cada vez que le explicaba mi angustia, se burlaba. Es decir, eso fue al principio; después empezó a enojarse, cada vez más, hasta enfurecerse en los últimos tiempos. Finalmente me abandonó y presentó una demanda de divorcio alegando como causal "la psicosis maniaco-depresiva del cónyuge que pone en peligro su vida". En otras palabras, ella cree que estoy loco. Y no sólo ella. Mis amigos se fueron alejando, los piadosos parientes me rehuyen y se hacen señas cuando me ven llegar. Pero yo le juro que no soy un demente. Nunca estuve más cuerdo que ahora. Justamente por eso me preocupa mi situación, mi identidad. Ya no me es posible vivir en el equívoco, en la incertidumbre de no saber quién soy. Pero le aseguro que esto no es demencia. Puede pedirme los ejercicios que quiera; yo sé perfectamente que los botones entran en los ojales, los corchos en las botellas, las tuercas en los bulones, las llaves en las cerraduras y el hilo en el orificio de la aguja. Puedo someterme a cualquier prueba de apretar, empujar, estirar, oprimir, levantar, bajar, abrir, cerrar. Puede mostrarme manchas de tinta, pedirme que trace figuras o rayas o círculos. Mi cerebro responde perfectamente y mi coordinación es buena. No pierda el tiempo con esos jueguitos. Tampoco se moleste en averiguar si odio a mi padre o a mi madre. Ambos han muerto y los quise mucho. Mi infancia fue dichosa e inocente. Yo me enteré del origen de mis cicatrices cuando ya había superado la adolescencia.

No. No tengo celos enfermizos ni fantasías eróticas, ni "delirium tremens" porque soy abstemio, no me drogo y ni siquiera fumo.

¿Le parece a Ud. que desvarío? ¿Se da cuenta de que mi único problema es que no sé si Yo soy verdaderamente Yo o soy otro? ¿Es eso enajenación? ¡Qué curioso! ¿Estar enajenado significa ser ajeno a sí mismo? ¡Ese es el dilema de mi vida!

No. No es amnesia. Tengo muy buena memoria. Recuerdo hasta los recuerdos. Precisamente por eso, porque no he olvidado nada es por lo que quiero de una buena vez aclarar el misterio. Mucho tiempo viví irresponsablemente, sin preocuparme, casi diría feliz, esquivando la cuestión. Pero así no podía seguir. Es lógico. El hombre, el ser humano, necesita saber quién es, por sobre todas las cosas. Yo veo el mundo a través de mis ojos, desde aquí, desde mi interior y digo "este soy yo y aquellos los demás". Pero, ¿y si Yo no fuera Yo y sólo estuviera viviendo una existencia ajena?

¿Desde el principio? Bueno. Todo comenzó con mi nacimiento, con nuestro nacimiento. Fue en 1927, en Viterbo. Ud. no había nacido aún, no puede recordar el caso, pero tal vez haya leído algo en los anales de la medicina. Yo leí todo lo que encontré al respecto. Fue un asunto muy comentado y publicitado. No son frecuentes los mellizos "siameses". Así fue: mi madre casi pierde la vida en el alumbramiento por lo dificultoso del parto primero y del susto después, al encontrarse con semejante engendro. Mi hermano y yo vinimos al mundo unidos por la espalda, desde los hombros hasta las caderas. Eramos como una medalla de dos haces. Nadie sabía cuál iba adelante y cuál atrás. Vinieron médicos de la capital y hasta de otros países a ver el fenómeno. Se hicieron consultas médicas y el Instituto de Gemelología de Roma tuvo en nosotros un caso sin precedentes: éramos gemelos monozígotos, por supuesto, pero ¿éramos dos o éramos uno? Teníamos dos cabezas, cuatro brazos, cuatro piernas, pero un único corazón y un sólo par de pulmones y riñones y compartíamos la misma cavidad abdominal.

Desde el punto de vista legal, el problema no era menos complicado. Jurisconsultos y leguleyos estaban en un dilema. El código sólo especifica que en partos dobles, se da al primer nacido los derechos del primogénito, aún cuando fisiológicamente sea el más joven y el deterogénito sea el mayor. Pero nosotros, monovitelinos, habíamos nacido al mismo tiempo. Por lo menos, digamos que el perplejo cirujano no pudo reconocer "qué lado" fue el primero en aparecer, ya que uno era el reverso del otro y ambos eran el anverso de su gemelo a cuestas.

La vida normal se hacía imposible en esas condiciones, pero nadie sabía cómo actuar. Nuestra madre que era muy creyente, pidió que prontamente nos bautizaran. Nos eligió los nombres de Julio y César, que eran dos y uno al mismo tiempo. Yo nunca supe si fui Julio o fui César. Sólo sé que cuando estuvimos fuertes para soportarlo, se hizo la separación quirúrgica en el quirófano de la Facultad de Medicina. Por cierto, jamás intervención alguna tuvo el carácter de espectáculo con tanto público como aquélla.

Hubo mucha oposición y dispares opiniones. Un periódico local había hecho una encuesta sobre si debían o no separar a los siameses "al costo de una vida". Otros sostenían que no eran dos vidas, sino una sola con miembros supernumerarios. Esa fue la tesis que finalmente primó, aunque muchos quedaron disconformes. Al fin de cuentas: ¿Dónde estaba la vida? ¿En los cerebros o en el corazón? En resumen: de nosotros dos se hizo uno, que se quedó con el nombre de Julio César y el otro, o Julio o César, fue desechado como una parte superflua.

Mi familia se mudó a la capital, escapando a la curiosidad morbosa de nuestra pequeña ciudad, que adquirió notoriedad en poco tiempo. Mis padres no querían exhibir a su hijo como atracción de feria y se negaron a que figurásemos entre las rarezas de Ripley. Afortunadamente, como nuestro apellido es bastante común, pasamos inadvertidos en la gran ciudad. Casi éramos una familia corriente y normal. Casi, porque en realidad, mamá nunca pudo reponerse y la atormentaban horrendas pesadillas. Poco antes de su muerte me confió el secreto tan celosamente guardado. Desde entonces, ya nunca pude acostarme de espaldas sin sentirme culpable. A veces siento cosquilleos en las piernas que no tengo o me duele la cabeza del otro. ¿Del otro o la mía? ¿Cómo puedo saber, doctor, si Yo soy verdaderamente Yo? ¿Y, si Yo hubiera sido la parte sacrificada y esto que soy, fuera en realidad mi hermano? ¿Cómo saberlo?

¿Cómo?, ¿Cómo?

¿Cómo?

¿Cómo?

¿Cómo?

¿Cómo?...

(De: La Víspera y el Día, 1992; cuento premiado en el Tercer Concurso Literario de Cuentos Cortos "Veuve Chicquot-Ponsardin", 1987)

Mabel Pedrozo

(Asunción, 1965)

Poeta, narradora y periodista. Egresada como abogada de la Universidad de Asunción, ha publicado sus primeros poemas en Poesía itinerante (1984), volumen colectivo que incluye obras de los miembros del Taller de Poesía "Manuel Ortiz Guerrero". Miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP) y del PEN Club del Paraguay, Mabel Pedrozo se inicia en narrativa con Mujeres al teléfono y otros cuentos (1997), libro en co-autoría con su hermana Amanda Pedrozo. Posteriormente publica Debajo de la cama (2000) –su primer libro de cuentos escrito en forma individual–, Noche multiplicada (2001) y Juego de sábanas (2003), otras dos colecciones de cuentos. Entre sus varias distinciones, se deben mencionar el Primer Premio Amigos del Arte (1984), Mención de la Municipalidad de Asunción (1991) y el Premio Roque Gaona 2002 al mejor libro del año por su obra Noche multiplicada.

CITA EN EL CASINO

Amo los viajes en taxi. Ese abandonarse en un asiento trasero con la despreocupación de los que están en ninguna parte, corriendo a 120 por la avenida de los casinos, sobre sus luces amarillas delirantes de bichos puestos a morir en el cono de las lámparas. Sobre todo a esta hora (digo, lo de los viajes) en que el mundo se llena de oscuros con olor a pasto recién hecho y ganas de quedarse para siempre con la falda de seda soplándome las piernas, haciendo distancia de la ceremonia consabida que son los hombres bajando de los colectivos con ganas de llegar a casa, darse una ducha mientras la mujer se mete con el guisado y la cerveza y se sonroja segura de que él la sabe perfumada por si surge hacer el amor después de los chicos y los noticieros de las veintidós. Sin embargo, detesto los semáforos. En la ciudad, bueno, pero aquí, en una carrera loca hacia el acabado del universo, nadie mejor que uno para regularse velocidades, aunque admito divertirme con la morbosa curiosidad que incitamos las mujeres solas, elegantes, puestas en la vitrina de una marcha en suspenso.

Ellos tienen razón. Los que miran, digo. No es de uso. Cosa de esposas penando el amor que no les cruzó de la puerta de calle, adolescentes conteniéndose el sexo, prostitutas tarareando una canción barata, amantes. No soy la excepción, sino lo último. Una amante. La amante de un hombre casado, lo que no me hace más especial que el ochenta y tanto por ciento de las mujeres de este país; quizá, algo menos trágica e infinitamente feliz de permitirme amar a antojo.

Me lo dijo por teléfono, como acostumbra cuando teme respuestas. Tonto. Sí quería conocer a esos amigos suyos parte de nuestros cafés pretexto para irle viendo ceder palabras, empujarlas como si le viniesen del fondo, como si se las despeñase de a una boca en suspenso, boca llenándose de sonidos por detrás de los dientes, miedo de hombre queriendo saltar fuera, dejándose caer sobre el redondo del laminado de la taza. Además ellos, sus amigos, eran el tiempo que me faltaba conocerlo. Amigos de secundaria que lo vieron crecer, enterrar a su padre, sentir las primeras mujeres. Amigos envidiándole el ingenio, el porte, el misterio. Sí, dije, voy.

La ocurrencia les había costado alquilar el salón de fiesta del mejor casino de la ribera. Sería una cena secreta, como en las películas, el mejor juego de infidelidad al que se habían atrevido, y como invitadas, nosotras, las amantes. Una noche inequívocamente clandestina, irreverente.

No la conozco. A ella, Clara Emilia, su esposa. No tiene que ver en esta historia y así lo entendimos cuando despertamos del primer beso en la boca. Tan nuestra la emoción de vernos enteros. De reír a gritos en un motel donde fuimos a parar esquivando una siesta de diciembre, la tristeza insoportable de la Navidad, las compras, la gente. Nadie más que nosotros en la confesión de un amor hecho de verdades interminables, de mentiras también interminables, de lecciones de historia a medianoche, frente a la casa de gobierno, las corridas hasta el último colectivo de la estación urbana, su voz pegada a mis oídos sobre la mudez del teléfono.

Clara Emilia era un afecto en acordado paréntesis ante mi presencia, una vida doliéndome a menudo, a escondidas, a las ocho de la noche de todos los días, frente a los escaparates de la esquina Robles, cuando era ella, imposible no saberlo, a quien él invocaba siguiendo los encajes de un corsé importado.

El casino. Séptimo piso. Aguantarse la claustrofobia en el ascensor. Quedarse viendo el tablero de círculos rojos prendidos en orden. Segundo salón. Él, esperando en el pasillo con su aire de etiqueta pendiente de mi proximidad, de mis ruidos, de mis labios alcanzándolo. "Están dentro", dijo mientras me encajonaba en sus brazos, su boca en mi rostro, su prisa revolviéndome la ropa todavía húmeda de avenida Los Presidentes y atardecer detrás de los últimos árboles alcanzados por los ojos.

Un resto de melodía recordaba la excusa en la oficina, los patos de vestir comprados en la tienda americana (gamuza a precio subiendo los bordes del pantalón), la escena de presentaciones ensayadas en noches sin sueño. "No quiero entrar", dijo, y para entonces tampoco yo quería. Me atropellé ganando las escaleras, sintiendo su correteo entre el sexto y quinto piso, cuatro escalones detrás, sobre mi cuerpo. Oscuridad hecha a medida, a tiempo, obscuridad cayendo en punta sobre el jarabe caliente del apareo.

Camino a casa, en el auto, Alejandro comentó la reunión en el Casino, soportando mi retraso. Las amantes de sus amigos, contó, fuera de rol, asumiendo el de esposas preocupadas por la cocina, orgullosas de conocer alguna de sus manías insignificantes, confesando intimidades a boca llena, métodos anticonceptivos, regeneradores de la piel, ungüentos para el pelo. Ellos, sus amigos, anticipando resultados de la economía de mercado y las privatizaciones.

La avenida era una costura de luces corridas en línea recta hacia la madrugada, un cordón de velas eléctricas empapadas de sereno, complicadas en esto de seguirme prolongando su abrazo sinceramente avergonzada de haberlo querido también. Digo, como ellas, sentirme Clara Emilia por una noche.

(De: Mujeres al teléfono y otros cuentos, 1997)

EL PEÑASCO Y LA ENREDADERA

Fue difícil al principio, cuando no sabía que bastaba con encaramarse a sus hombros afilados para que él la deje quedarse.

Pasó noches larguísimas imaginando que él desenredaba sus dedos de los suyos, que apartaba las flores de su pelo y la miraba como un desconocido. Ése sería el día del fin. Después estaba la muerte.

Jamás lo quiso para sí. Le bastaba con acurrucarse en su espalda prestando oídos al rumor agresivo de su pecho. Lo llamaba "el susurro de Luciano Both". Él no se llamaba Luciano, claro, pero dado que en su situación un roce de pelo bastaba para reconocerse, los nombres pasaron a cumplir funciones hasta si se quiere disparatadas.

Muchas veces le preguntó de dónde vino, a quien amó antes que a ella, qué ojos muertos dentro suyo lo veían desde sus lugares eternos. "Nunca fui el que soy ahora. No hay nada que decir, puesto que no me reconozco en esos que ya no soy", decía él. De manera que nunca supo nada que ya no le conociese.

Él la subió a sus hombros una noche y le mostró el universo. Una boca invisible soplaba las luces hundidas en una nada ilimitada y negra. "Se llaman estrellas", le dijo. Estremecidas en su tintineo de puntas de hielo, las luces resistían, giraban sobre sí y volvían a recobrar su brillo de lámparas eternas.

Nada había más hermoso, sin embargo, que estar en él cuando esa negrura se diluía en el caldo liláceo que antecedía al amanecer. Ella dormía revuelta en su espalda, con el pelo echado al vacío que se abría a partir de ellos. Los hombros cuadrados de él custodiaban su sueño. Ella, todavía somnolienta, metía los ojos en la esquina que formaban esos hombros con el cielo, metía el mentón, se sostenía como si fuese a caer y entonces se ahogaba en los paneles rosas y aguamarinas, en los grises azulados, en los celestes terrosos que velaban el firmamento traspasando el espacio con sus tonos sucesivos.

La roca, que jamás dormía (su condición eterna no le dejaba), se sentía verdaderamente triste en aquellas ocasiones. Pobre enramada, decía. ¿Cuánto tiempo le queda? ¿Hasta la próxima tempestad, hasta el retorno de los vientos fríos, hasta que sol de enero le derrita el alma? Lo único que le consolaba era saber que la pobre, mortal como era, vivía en una ignorancia absoluta de su naturaleza y de la naturaleza de las cosas que la rodeaban. Era lo único.

(De: Debajo de la cama, 2000)

Emilio Pérez Chaves

(Asunción, 1950)

Poeta, narrador, dramaturgo, ensayista y crítico literario. Integrante de la llamada "promoción del 70" (grupo literario "Criterio"), miembro de la Academia Literaria del Colegio San José y redactor de La Estrella (vocero de dicha entidad), Emilio Pérez Chaves se desempeña como profesor de filosofía, relaciones internacionales y literatura hispanoamericana en diversos institutos universitarios de Asunción. Co-director de la revista Epoca (1968), miembro del consejo directivo de la revista Criterio, asesor cultural de la Federación Universitaria del Paraguay (FUP, 1968-1969) y del Teatro Popular de Vanguardia (TPV, 1968-1971), participa regularmente en jurados literarios. Ha publicado El fénix del recuerdo (1976), libro de poemas, y varios ensayos y narraciones en antologías, revistas y suplementos literarios nacionales y extranjeros. Algunos de sus textos han sido traducidos al inglés, francés, alemán y portugués. Tiene también varias obras inéditas.

PACTO DE CRISTAL Y SILENCIO

Te he buscado entre la vida y el recuerdo

desde la agonía del ser en la madrugada última

cuando era gris el jardín de la pena.

Ya estoy en ti

cuerpo de agua y de suspiros

paraíso que ayer desconocía

misterio descubierto a cada instante.

Nunca pude saber si lo has sabido

(vísperas del amor y del abismo)

pero sutil asombro al encontrarte

así como el deseo imaginaba

y con todas las letras de tu nombre.

Paloma de incienso y mármol

temblor, mirada, confidencia

huye bajo la niebla tu memoria.

Sin rumbo ni noticias

frente al eco del hastío

¿quién me devuelve tu voz tímida y breve

poema que pude haber escrito en el rocío

trébol casual en un cuaderno frágil?

Distraídos en el umbral del olvido

somos cántico y distancia

juegos, éxtasis, magia.

El tiempo indescifrable

ronda los signos del desvelo:

perdidas en aquel rostro de paisaje lento y triste

cúantas palabras te esperan.

(De: El fénix del recuerdo, 1976)

PARAISO DEL ALBA

Porque nuestras manos curiosas

tanto se han buscado

entre las horas vacías de la ausencia

cuando te doy mis caricias

tú me devuelves mis sueños.

Porque si frente al espejo de la aurora

te desnudas

tú me pides la luz

y yo te doy el fuego

tú me ofreces el mar

yo te regalo el cielo.

Porque eres mi brújula y destino

porque contigo el amor vence al olvido

por todas las ideas compartidas

que dan rumbo, signo y vida nueva

por todo lo que tú y yo

muy bien sabemos

he decidido

nunca regresar

al asedio de fechas, situaciones y lugares

donde no eras aún el aire que respiro

la música que canto

la única palabra que no digo

y que te nombra.

(De: PUNTO MARGINAL. Revista de cultura y política, abril-mayo 1994)

Lita Pérez Cáceres

(Asunción, 1940)

Periodista y cuentista. Aunque pasó gran parte de su juventud en la Argentina (1947-1965), sólo empezó a escribir sus primeros cuentos luego de regresar a su país natal en 1965. Hasta la fecha ha publicado varios cuentos en suplementos literarios y culturales como el "Correo Semanal" de Ultima Hora, la "Revista" de El Diario Noticias o "La Familia" del diario Patria, y ha recibido distinciones importantes, como el Premio "Challenger" (1990) en diversos concursos de cuentos. También ha participado en el taller literario de Hugo Rodríguez Alcalá y actualmente se dedica al periodismo, colaborando en la prensa local. En 1997 apareció María Magdalena María, su primera colección de cuentos, y en 2002 salió Encaje secreto, su primera novela. De más reciente publicación es Amalia al amanecer (2004), novela en co-autoría con Mario Halley Mora.

COMO SI NADA

Lo vio entrar con el mismo paso seguro de siempre, de todos los días. La miró interrogante, ella agregó un plato y cubiertos a la mesa y lo saludó como si nada. Los hijos en cambio lo apretaron en abrazos emocionados, el mayor de ellos tuvo brillo de lágrimas que no llegaron a caer. Lo sirvió con manos temblorosas y comieron en la galería donde el sol de junio entibiaba las baldosas. En silencio ella recordaba sus ruegos a la Virgen, las noches de soledad, su hambre de caricias, la angustia... pero todo volvería a ser como antes... como si nada.

Cuando quedaron solos, él se dirigió al dormitorio, sabiendo que ella lo seguiría dócil como siempre. Encontró sin ayuda su pijama, su zapatilla y el periódico. Entre tanto ella revisaba las ropas sucias de la valija que él había dejado a la entrada del corredor. Camisas sucias, iguales a las que solía traer de sus largos viajes, sacos y pantalones gastados, y un olor extraño que se le había pegado a la piel, le contaban historias donde ella sobraba. Eran prendas rescatadas del tiempo de abandono, quería quemarlas en una hoguera, pero sin embargo, sabía que terminaría por lavarlas, como si nada.

Al entrar, lo vio desnudo a la luz de las rendijas de la persiana, más bronceado, más músculo que carne, era otro y era él. La aguardaba con un desafío en la mirada y sin pronunciar palabras, la llevó a la cama. Ella lo dejó hacer, regodeándose en las telarañas que día a día ganaban la batalla que mantenía por la limpieza de sus techos. Las arañas eran persistentes, tejían y tejían esperando un milagro, como ella.

Oyó los trinos de la siesta, de los gorriones que picoteaban los platos abandonados... como ella.

Sus movimientos frenéticos hicieron que recordara las palabras del trato. "Podemos casarnos, no pienses en fiestas, vamos al juzgado y listo. No me gustan los firuletes. Hace rato pensaba pedírtelo, sos guapa y callada como a mí me gustan. Podés avisarle a tu madre si querés. La vieja va a bailar en una pata cuando sepa que por fin vamos a formalizar".

Era un contrato de por vida, con pausas más o menos largas para él. Los hijos, la casa, eslabones de una cadena tan fuerte como invisible. Que no podía dejar de vivir atada a esa cadena, lo supo cuando él se fue: la angustia ocupó el lugar de aire que él dejó.

Ahora siente que todo es igual y diferente, ahora ella piensa y siente, antes sólo sentía. Permanece quieta, escuchando sus propias voces, dejándolo agotarse en el esfuerzo, asistiendo a su impotencia por lograr conmoverla. El está indefenso, ella poderosa, se terminaron los sentimientos. Era éste el mismo que decía: "Todo lo que hay acá es mío, hasta vos, te doy de comer, te compro los zapatos, los trapos... todo es mío".

El patio debe estar lleno de hojas caídas de la parralera, tendría que estar barriéndolas, hay ropa para lavar, ahora habrá más trabajo y menos momentos para recordar. ¿Recordar qué? ¿Una juventud imaginada? ¿Ilusiones inventadas, quizás?

"Si vuelve, te juro virgencita que no le voy a preguntar nada, voy a perdonarle todo. No me gusta estar sola; paso horas pensando que soy vieja y fea y que ya nadie va a quererme. El no es malo, vos sabés virgencita que cuando estaba muy nervioso, me pegaba porque yo era tonta y me acercaba. Si vuelve todo volverá a ser como antes, como si nada". ¿Esa había sido su voz?

Se da por vencido y cual bestia resopla. "¿Pero qué te pasa? Parecés una muerta, ¿qué forma de recibir a tu marido es ésta? No de balde tuve que tener otras mujeres, por lo visto no aprendiste la lección. ¿No sentís nada? ¡A la pucha! Ni el más gaucho aguantaría acostarse con una mujer como vos".

Los reproches como gotas caen, otra vez los estallidos sin motivo. Otra vez el amo y señor ordenando. Nunca más los atardeceres donde se descubrió, donde se vio mujer valiosa sin deberle nada a nadie. "Qué lástima, virgencita, que pedí este milagro. Voy a ir a Caacupé sin ganas, será la última cosa que haga sin ganas".

–Che, levantáte y preparáme un café, que no me siento bien. Apuráte y a ver si aprendés de una vez por todas a portarte como una mujer.

Se vistió sin responder. Lo golpeó con el velador de madera maciza, luego pasó sobre el cuerpo inerte. Caminó hacia la calle sin mirar atrás, como si nada.

(De: María Magdalena María, 1997)

Francisco Pérez-Maricevich

(Asunción, 1937)

Poeta, ensayista, narrador, periodista y crítico literario. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Buenos Aires (1960) y profesor de literatura en varios institutos secundarios y universitarios de Asunción, Francisco Pérez-Maricevich ha contribuido también con importantes trabajos en el campo de la investigación del bilingüismo (español-guaraní) en su país. De fecunda labor creativa y crítica, colabora regularmente en revistas, semanarios literarios y publicaciones especializadas nacionales y extranjeras. Su obra poética incluye los poemarios Axil (1960), Paso de hombre (1963), Coplas (1970) y Los muros fugitivos (1983). En narrativa es autor de "El Coronel mientras agonizo" –relato ganador del concurso promovido en 1966 por Cuadernos (del Congreso por la Libertad de la Cultura) para la elección del mejor cuento paraguayo con destino a una antología hispanoamericana– así como de otras narraciones publicadas en diversos suplementos culturales y antologías literarias. De posterior aparición es Memoria de Pascual Ruiz (1998), su primer libro de cuentos. De su copiosa bibliografía ensayística y crítica se destacan, en particular, sus trabajos sobre literatura paraguaya que incluyen, entre otros: La poesía y la narrativa en el Paraguay (1969), Pequeño diccionario de literatura paraguaya (1964-1969 y 1980; parte de este trabajo está aún inédito), Breve antología del cuento paraguayo (1969), Los fuegos de la noche (1985) –colección de mitos tupí-guaraníes y nivaclés–, Panorama del cuento paraguayo (1988), Mitos indígenas del Paraguay (1996) y Mitos y Leyendas del Paraguay (1998).

LAS ARENILLAS DEL TIEMPO

Las arenillas del tiempo

cayendo,

deslizándose…

Los días

–fríos peces

voraces–

y el dolor como un río inacabable.

Y este hombre

–silencio, podredumbre,

con sus ojos,

sus piernas,

sus pobres trajes,

sus zapatos sucios…–,

buscando

–no sabe qué– entre la sombra fría.

(Como un gato a la noche

lleno de filos va

pasando Dios entre los huesos…)

TOMARSE, DESASIRSE

Tomarse, desasirse,

hundirse, despeñarse, descorrerse,

echar el ancla, verse

en múltiples espejos, repartirse.

Asir el núcleo, irse

llenando de penumbras, absorberse

en el llanto, dejarse, resolverse

en ruta innumerable, transcurrirse.

Extenderse, arrollarse, ennegrecerse,

agitarse de espanto, andar, caerse

a cada paso, arder y consumirse.

Buscar la puerta, herirse

la frente, las rodillas…, avisarse

que viene el miedo, darse

las manos con la muerte, desvestirse,

llegar desnudo a Dios, y clarearse.

(De: Paso de hombre, 1963)

MEMORIAL

Porque los días fueron

como copas

rebosantes de vino;

porque la luz

se hizo para darte

caminos en la noche;

porque en el alto

cielo, las estrellas

(ecos de Dios

temblando)

cantaron tu hermosura;

porque la voz del día fue elevándose

desde la misma

tierra

de tu muerte;

porque aquel viento fue

con sus semillas

sembrándome el amor

bajo la sangre;

porque fue como ola mi alegría

(y mi dolor, de pronto, mar de mármol);

porque todo fue triste

(y entonces tan alegre);

porque todo

fue dicho antes de tiempo,

antes de madurar la maravilla,

antes de la vendimia verdadera:

por eso estas palabras

(oh tristes prendas por mi mal halladas,

dulces y alegres cuando Dios quería),

estas oscuras hijas del exilio,

esta dulce antiquísima agonía…

POEMA

Después de todo hay que vivir lo mismo.

Vivir con la palabra a medianoche,

a mediaencarnación,

a mediamuerte.

Después de todo,

hay que entregarse entero,

tan desnudo y total,

tan mansamente.

Después de todo, sí,

después de todo:

tu dulce mano arriba

como una luz

(sangrante,

llameante,

subiendo desde las raíces).

Después de todo, el mundo

huido de los pies,

de la cadena,

huido, al fin, terreno, deslucido,

errante, transeúnte

(como un niño)

haciéndose palabra breve, honda,

palabra solamente apenas dicha

–ven herida invisible

desde siempre–.

Después de todo, oh Tú,

irrespondiente, altísimo,

sigue la voz temblando,

sigue y sigue

–silencio incorporado, encorpecido–

del alma transviviéndose a sí misma.

(De: Los muros fugitivos, 1983)

Fernando Pistilli Miranda

(Asunción, 1972)

Poeta, ensayista y docente. Miembro del PEN Club del Paraguay, miembro fundador y presidente de la Academia Universitaria de Artes, Ciencias y Letras del Paraguay y presidente actual de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP), Fernando Pistilli ha cultivado la poesía desde sus años adolescentes. Entre sus actividades culturales y literarias se cuentan, entre otras cosas, la dirección de la revista Inquietudes y Cultura y la compilación de poemas para la Antología Poética de José-Luis Appleyard, con prólogo de Roque Vallejos, editada por El Lector en 1996. Actualmente se desempeña como profesor de taller literario en el Colegio Goethe y es también consultor independiente en gestión cultural. En poesía ha publicado los si-guientes títulos: De mi / nuestra transición (1994), La soledad (1995), En la piel (1997), Un Café en Jerusalén (1997), Bitácora del aire (2000) y Antología Poética 1994-2004 (2004). Como ensayista, es co-autor de la compilación de ensayos Cerca del amanecer (2001). Tiene además obras publicadas en periódicos, semanarios, revistas y antologías locales y extranjeras.

ELLAS PASAN

sin importar siesta,

tarde, madrugada.

Ellas pasan

llevando frutas

dulces

mazamorra,

miel de caña.

Ellas pasan

sin importar mes,

sol, estación,

lluvia.

Deliciosas flores primaverales

aromada flor de coco navideña.

Ellas pasan, pasan,

pasan,

la vida les pasa.

(De: La soledad, 1995)

TU ULTIMO BESO

Pálido, frío,

atravesado el pulmón

de silencio,

espero

la última ráfaga de viento,

tu último beso...

ESCRIBO

Me preguntas cuándo escribo.

Escribo mientras camino,

mientras encienden sus computadoras

y navegan por Internet,

mientras manejan y hablan por celular.

Escribo cuando otros duermen,

pasan películas malas

o entran goles del equipo que no es mío.

Escribo cuando tú te enojas y no me llamas,

mientras me hablan de esas cosas

que parecen un mundo y no entiendo,

cuando unos ojos me ríen en el colectivo.

Escribo cuando abro la puerta de casa,

me quito el reloj, la billetera,

la ropa y los zapatos

y toda ella es mía.

Escribo cuando me baño,

pues sigo cantando mal.

Escribo...

Sólo dejo de hacerlo

cuando te sé, toda mujer en mis manos.

Entonces

¡Vivo!

(De: Bitácora del aire, 2000)

Josefina Plá

(Islas Canarias, 1903 - Asunción, 1999)

Poeta, dramaturga, narradora, ensayista, ceramista, crítica de arte y periodista. Aunque española de nacimiento, su nombre y su obra están totalmente identificados con la cultura paraguaya del siglo XX. Radicada en Asunción desde 1927, distinguida (por el Congreso Nacional) con la ciudadanía paraguaya en 1998, Josefina Plá ha dedicado toda su vida al quehacer artístico del Paraguay y ha contribuido enormemente a su desarrollo cultural. Ha incursionado con éxito en todos los géneros y colaborado de manera regular en innumerables publicaciones locales y extranjeras. Como merecido homenaje a su labor de tantos años, en 1981 la Universidad Nacional de su país de adopción le concedió el título de "Doctora Honoris Causa", galardón que se une a muchas otras merecidas distinciones de que ha sido objeto en las últimas décadas, entre ellas: "Dama de la Orden de Isabel la Católica" (España, 1977), "Mujer del año" (Paraguay, 1977), "Medalla del Ministerio de Cultura de San Pablo" (Brasil, 1979), "Trofeo Ollantay" del CELCIT, por investigación teatral (Venezuela, 1983), y "Miembro Correspondiente de la Real Academia Española de la Historia" (España, 1987). Con más de setenta años de intensa y fecunda labor creativa y crítica, y más de cincuenta libros publicados, nos limitaremos a mencionar aquí sólo algunos de los títulos más representativos de su extensa bibliografía. En poesía se destacan El precio de los sueños (1934), su primer libro, La raíz y la aurora (1960), Rostros en el agua (1963), Invención de la muerte (1965), El polvo enamorado (1968), Luz negra (1975) y cinco poemarios posteriores: Tiempo y tiniebla (1982), Cambiar sueños por sombras (1984), Los treinta mil ausentes (1985), La nave del olvido (1985) y La llama y la arena (1987). Su producción narrativa incluye algunas colecciones de cuentos, entre ellas: La mano en la tierra (1963), El espejo y el canasto (1981), La pierna de Se-verina (1983), Maravillas de unas villas (1988) y La muralla robada (1989). En teatro, es coautora –con Roque Centurión Miranda– de varias obras (como: Episodios chaqueños, 1933; Desheredado, 1942; y Aquí no ha pasado nada, premiada por el Ateneo Paraguayo en 1942) y autora de muchas más, entre ellas: Víctima propiciatoria (su primer éxito teatral, estrenada en 1927), La cocina de las sombras, Hermano Francisco: El revolucionario del amor, Una novia para José vaí (1955), Historia de un número (1969), Ah che memby cuera y Fiesta en el río, premiada en el concurso teatral de Radio Cáritas (1977). De su prolífica producción ensayística y crítica sobresalen: Voces femeninas en la poesía paraguaya (1982), La cultura paraguaya y el libro (1983), En la piel de la mujer (1987) y Españoles en la cultura del Paraguay (1985).

TAN SOLO

…Tan sólo una mirada,

una pupila sólo para todas las cosas.

Para la aurora y el ocaso,

para el amor y el odio,

para el amante y el verdugo,

la paloma y la víbora,

la estrella y la luciérnaga.

Solamente unas manos

para el cáliz y el látigo,

para la rosa y para el cacto.

Solamente unas manos

para la arena y el rocío,

para mecer la cuna,

y acariciar la sien del esperado,

y abrir el último agujero.

Una boca tan sólo

para el beso y el grito

y para la oración y la blasfemia.

Para el suspiro y la mentira,

para el perdón

y la condena.

(De: Rostros en el agua, 1963)

EL HOMBRE NACE LIBRE

…"El hombre nace libre" Oh mentira hecha droga

Desde antes de nacer el hombre está en prisiones

Por túneles de sangre a ser esclavo viene

Nace llevando el látigo del latido en el pecho

El espacio le oprime pupilas labios tímpanos

Le numera los pasos Le cuenta los suspiros

Mide con la metáfora la altura de su ergástula

gradúa su voz le dosifica la palabra

Le encadenan los Números los Signos y los Días

Por donde va resuenan chirriantes sus cadenas

A esa música llama imbécil su poesía

Y cree liberarse lanzando al viento el canto

sin saber que ese canto es la imagen del perro

en traílla que caza sólo el propio ladrido

(1982)

EL POETA Y EL TIEMPO

"Yo soy el Destinado…"

H. Campos Cervera

Atleta destinado a vencer sobre el tiempo

mientras ritman tus vértebras

su secreto chirrido.

Con la tierra y el sol que algunos tienen,

con la lluvia de nadie, con la sangre de muchos,

con el dolor de todos,

realiza tu milagro.

Con el barro que ensucia tus zapatos,

y el granizo que cruje entre tus dientes;

con la niebla harapienta,

con la yerba que canta

y muere en las quijadas de la oveja;

con la piedra que rueda buscando entre las rocas

el sueño que perdió en su infancia;

con el viento, acróbata de cimas,

pastor de los estériles rebaños de la arena;

con la nada de todos, con el todo de nadie,

sálvalos, sálvate tú con ellos.

Son los que duermen.

Tú eres el despierto:

aquel del corazón, campana de la aurora.

Duermen y los sorprende la pantera,

la pantera sin nombre y sin descanso.

Sólo tú la has mirado deslizarse;

sabes su forma oscura, esbelta, horripilante,

su fatua pupila, su paso cauteloso,

su hora preferida.

Mientras hay tiempo, atleta,

vence al tiempo.

Sálvate y sálvanos,

si puedes.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Atleta: ni aún el tiempo,

que es el proveedor de todos y de todo,

te ha prometido nada.

(1957)

(De: Cambiar sueños por sombras, 1984)

BUSCAR CON LA PALABRA

Buscar con la palabra lo que aún no tiene nombre

más allá de la lágrima el canto el estertor

La rosa de la luz sin rosal conocido

pero cuyas espinas son constante escozor

y por senderos hechos de arco iris quebrados

marchar hacia esa aurora que nunca tendrá sol

(Porque es la consigna marchar sin saber dónde

o quizá ir es volver hacia el mismo mojón…)

…Y si alguna vez tocas una orilla del manto

será para saber que es sólo una ilusión

Tal vez roces la puerta Tal vez sientas el hálito

y tal vez a Dios mismo

Mas las palabras no

(1975)

OFICIO DE MUJER

Oficio de mujer.

Juego a escondite:

en donde estoy nunca vio nadie nada.

Oficio de mujer.

Espigadora

de campos bajo un sol que pronto acaba.

Custodia de los cántaros.

Avivo los rescoldos en la dura mañana,

aliso los pañales como pétalos

y reenciendo las lámparas.

Oficio de mujer.

Puente entre muertes.

Rosal despetalado con cada alba.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Oficio de mujer.

Manos moviéndose

sin pausa

como hojas

que se retratan arañando el cielo

para caer al suelo y ser pisadas.

Manos sin pausa y sin descanso

sellando itinerarios, tibios mapas.

En el vientre un camino.

En la mirada

tremolando al viento el cartel roto

de huérfana posada.

(1951)

(De: La llama y la arena, 1987)

Margarita Prieto Yegros

(Asunción, 1936)

Docente y narradora. Doctorada en Historia por la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción, Margarita Prieto Yegros ha dedicado gran parte de su vida a la docencia, campo en el que ha sido varias veces distinguida con galardones como la "Medalla de Oro" de las Autoridades y Maestros del 9º Depto., Paraguarí (1980), y la "Placa de Gratitud y Reconocimiento" del Depto. de Formación Docente del M.E.C. (1993), para mencionar sólo un par de distinciones representativas. Miembro de la Sociedad de Escritores Paraguayos (SEP), del PEN Club del Paraguay, Asesora de la Fundación CABILDO y redactora de la Revista Tupasy Ñe’ê, también colabora regularmente en periódicos de la capital y desde 1986 integra el Taller Cuento Breve dirigido hasta hace poco por el profesor Hugo Rodríguez-Alcalá. Sus cuentos han aparecido en varios de los libros de dicho taller, así como también en revistas y antologías literarias locales y extranjeras. En 1998 dio a luz En tiempo de chivatos, su primer libro de cuentos, y en 2001 publicó Cuentos de la Guerra Grande, su segunda obra narrativa. Tiene además relatos inéditos y otra colección de cuentos en preparación.

LA DAMA DE COMPAÑIA

Isidora Díaz colocó más leña en la chimenea y se asomó al ventanal para mirar cómo nevaba.

Era la primera vez que veía nieve y la novedad le asombró al principio y le hizo llorar en silencio después, como una niña castigada injustamente.

Ella era del trópico y extrañaba Pirayú-mí, el valle donde había nacido, cerca del Cerro Verá.

–No me "hallo" en esta ciudad y no sé hablar el idioma. Quiero volver a Paraguay –se dijo a sí misma, al besar la medalla de la Virgen de Caacupé, antes de acostarse a dormir.

La despertó el tintineo de la campanilla de Madame Lynch. Entonces, se aseó rápidamente y después de vestirse el uniforme de doncella acudió al llamado.

–¡Buenos días, Isidora!

–¡Buenos días, señora!

–¿Qué te pasa? Tienes los ojos muy hinchados.

Afuera los árboles se agitaban y sólo se oía el silbar del viento. Isidora miró hacia el parque cubierto de nieve y con un suave movimiento de la mano derecha intentó secarse las lágrimas que ya acudían a borbotones.

–¡No me "hallo" en París, señora –dijo, con voz entrecortada.

–Preparáme el desayuno y después vamos a hablar –dijo Madame Lynch.

Isidora obedeció maquinalmente, sin decir nada.

Una claridad silenciosa y sin transeúntes anunciaba un domingo con color de tedio. El viento helado retenía a la gente bajo techo.

Madame Lynch se sentó junto a la chimenea y después de tomar el desayuno le dijo a Isidora:

–Siéntate cerca y vamos a conversar.

La bella irlandesa, que durante tantos años había vivido en Paraguay como compañera del Mariscal López, sonriendo con benevolencia, agregó:

–Asiento y conversación "gratis".

Isidora, cabizbaja y sollozando, parecía temerosa de hablar.

Madame Lynch, en un gesto comprensivo, le tendió la mano.

–¿Qué te pasa, Isidora? ¿Qué te falta?

–No me falta nada, Madame, pero quiero volver a Paraguay. NO me "hallo" aquí.

–Yo también extraño el Paraguay –acotó la dama irlandesa–. Extraño al Mariscal y a mis hijos Panchito y Adelaida, que quedaron muertos allá. Y eternamente te agradeceré la ayuda que me diste en la paz y en la guerra, como dama de compañía. Enrique Solano viajará a Paraguay el próximo mes. Si aceptas te compraré el boleto para que viajes con él.

–¡Dios se lo pague!

Isidora caminó hacia su habitación, gesticulando como la gente parisina. Al observarla Madame Lynch se sonrió. Isidora seguía tan juguetona como cuando, en Paraguay, le ayudaba a criar sus hijos. El preferido de la joven era Panchito, el primogénito.

¿Quién se hubiera imaginado entonces que Isidora le ayudaría, años después, en Cerro Corá a cavar las fosas para sepultarle al Coronel Panchito, de tan sólo dieciocho años, junto al cadáver del Mariscal López, mutilado por la soldadesca enemiga?

En esa ocasión, Isidora le insistió a Madame Lynch:

–Los cadáveres deben ser lavados y envueltos en sábanas, antes de bajar a las fosas...

Y así se hizo, con la presteza y energía de la joven.

Ahora, la que sollozaba quedamente era la irlandesa que aún conservaba su garbo y belleza de antaño.

–Madame, ¿qué le pasa? –preguntó Isidora al regresar al salón.

–Te voy a extrañar, Isidora, te voy a extrañar...

–Yo también, Madame, pero debo regresar a Paraguay, para ayudar a mi gente que está pobre y enferma.

(De: Cuentos de la Guerra Grande, 2001)

Gilberto Ramírez Santacruz

(Ava-í, 1959)

Poeta, narrador y periodista. Autor de versos testimoniales, reivindicador de los derechos sociales y humanos de su pueblo, Ramírez Santacruz fue también fundador y director de la revista Todo Paraguay, vocero (a comienzos de la década del 80) de la colectividad paraguaya en el exilio argentino. Su producción poética incluye, entre otros, los siguientes títulos publicados: Primeras Letras (1981), Poemuchachas (1983), Golpe de Poesía (1986), Fuegos y Artificios (1988), Poemas descartables y otros baladíes (1990) y Poemas y Canciones de Amor y Libertad (1993). De más reciente aparición es Poemas entre el amor y el olvido (2003). También es autor de la novela Esa hierba que nunca muere (1989) y de Relatorios (1995), una colección de relatos.

EL PODER DE LA PALABRA

Si digo pan

y mi poema no convoca

a los hambrientos a la mesa,

es porque la palabra ya no sirve

y la poesía exige otro lenguaje.

Si digo amor

y mi poema no provoca

una tormenta de besos y canciones,

es porque la palabra perdió su magia

y la poesía debe buscar una nueva voz.

Si digo vida

y mi poema no revienta

un alba de luceros y primaveras,

es porque la palabra quedó sin dioses

y la poesía debe estar al servicio del hombre.

Si digo libertad

y mi poema no revoluciona

la conciencia de los sedientos de paz,

es porque la palabra dejó de ser instrumento

y la poesía está obligada a cambiar de poetas.

(De: Poemas y Canciones de Amor y Libertad, 1993)

DESTINO

sólo quiero escribir cuando amo

pero cuando amo dejo de escribir

por suerte cuento yo con las dos manos

que al tiempo de amar puedo sentir

sólo quiero vivir enamorado

pero me enamoro y dejo de vivir

y gracias que el amor equivocado

en vez de matarme me da que decir

sólo quisiera escribir y amar

y como si eso fuera posible

poder vivir un día sin respirar

sólo entonces quisiera yo morir

cruzar esta vida amando sin parar

y escribiendo poemas hasta dormir

ALGUIEN EN EL MUNDO

caen una y otra estrellas fugaces

en medio de la noche más profunda

mientras el mundo duerme sin advertir el hecho

cuando más sopla el torbellino

más caen las hojas y flores en las plazas

mientras la gente se guarece de la lluvia y no ve nada

miles y millones de personas por doquier

pueblan el planeta con sus sueños y miedos

entre ellos un hombre te ama y tú aún

no lo sabes

(De: Poemas entre el amor y el olvido, 2003)

Gonzalo A. Ramos

(Asunción, 1937)

Poeta. Aunque abogado de profesión, Gonzalo Antonio Ramos se interesa por la poesía desde muy joven. En 1959 publica su primer poema (titulado "Ya no está") en Vanguardia, órgano oficial del Centro de Estudiantes de Derecho y Notariado de la Universidad Nacional de Asunción. Sin embargo, recién en 1989 aparece Poemas, su primer poemario. A ese primer libro siguen varios otros, entre ellos: Como el monte y un cerro por camino (1990), El sol oscuro brillaba (1991), Azulada colina del mar (1992), Ventanas al alba (1993), La colina del mar (1995), Banderas castigadas (1996), Muelle en lejanía (1999) y Rosas otoñales (2000).

HECHIZOS

Cuántas veces sentí los hechizos

de esos ojos con brillo de sol

que bogaba con luces de ensueños

la colina desierta del mar.

Son rosales cubiertos de mieles

que salpican burbujas radiantes

en recuerdos de noches vibrantes

con destellos que viven pasión.

(De: La colina del mar, 1995)

EL ADIOS

En soledad

viajan los sueños

desnudos de alas

sangrando...

Es el adiós

de las hojas

vacías de ritmos

sin ojos.

Y el calor de la aurora

derrite la llaga

en el umbral

de roncos destellos.

(De: Muelle en lejanía, 1999)

MARZO HEROICO

Asesinos... asesinos...

Castigaron la plaza

la noche de banderas

y los pechos juveniles

La barbarie

al viento

derramó a los cielos

aromas de tragedias

Pueblo, campesinos y estudiantes

a la muerte derrotaron,

surcando marzo

en noche de asesinos...

Sangre a borbotones

desbarrancaron criminales,

asesinos,

golpistas fugitivos...

(De: Rosas otoñales, 2000)

Jacobo A. Rauskin

(Villarrica, 1941)

Poeta. Autor de una veintena de poemarios, Rauskin también ha publicado algunos poemas en revistas y antologías literarias locales y extranjeras. Su producción poética incluye, entre otros, los siguientes títulos: Oda (1964), Casa perdida (1971), Naufragios (1984), Jardín de la pereza (1987), La noche del viaje (1988; Premio La República 1989), La canción andariega (1991; Premio El Lector), Alegría de un hombre que vuelve (1992), Fogata y dormidero de caminantes (1994), obra que le ganó en 1996 el Premio Mu-nicipal de Literatura, compartido ese mismo año con Gladys Carmagnola (por su poemario Un sorbo de agua fresca, aparecido en 1995), La calle del violín allá lejos (1996), Adiós a la cigarra (1997, Premio "Roque Gaona"), Canciones elegidas (1998), Pitogüé (1999), La ruta de los pájaros (2000), Poemas viejos (2001), Andamio para distraídos (2001), El dibujante callejero (2002), Doña Ilusión (2003, Premio "Roque Gaona") y Poesía reunida (2004).

RECUERDOS DE UN LAGO

Una noche tibia…

no, no nos conocimos.

Nos destruimos

dulcemente,

cual conviene

sin duda

a quienes tienen

aún algo

por destruir

en sí mismos.

DIALOGO INTERIOR (SIN COPLA)

Entre el tedio

y el encuentro,

uno ya miente

diciendo:

no, no la quiero.

Y otro sopla

–en fiel silencio–

el muy oportuno

adverbio: aún.

(De: Naufragios, 1984)

UN SUEÑO

Las noches comenzaban a ser largas, no por el cambio de la hora local sino por cierto insomnio, muy frecuente en mí durante aquella época. Solía yo pasar muchos amaneceres caminando; buscaba un desayunadero, una panadería, una pirámide de frutas en la calle, un poco de mercado en las albas del no-sueño. A veces, leía el periódico y vivía mi propio collage

en esa plaza

con una glorieta

y otra viñeta

telúrica o tetánica

que, por otra parte, deja de ser una viñeta para ser un fragmento de río y chatarra en los ojos de cualquier madrugador desinteresado. Y una vez, estando yo ahí bajo la protección de las últimas estrellas, de la suave luna del alba, del fino sol llamado Febo por Pandora, quedé profundamente dormido.

Quién sabe si alguna vez desperté de aquel sueño; soñé que no era yo quien dormía.

CONFESION

Soñar es dulce;

no amar, amargo.

Por eso, yo no quiero

vivir sino en la periferia

confusa de mi sueño.

Rozando a veces la vigilia

y, a veces, algún cuerpo.

(De: Jardín de la pereza, 1987)

AÑORANZA

Musgo, jazmín, palmeras,

esta noche definen

el aroma y no el límite

de otra noche más densa.

¿Fue aquí? Fue ayer, fue ella,

criatura de fuego,

de inocencia y desvelo.

Fuimos dos, y mi estrella.

COMPOSICION EN BLANCO Y NEGRO

En el fango radial se demora el desenlace de una noche de fútbol. Oigo sin interés mientras tomo el fresco en mi porción de acera. También la calle rechaza el presente y se me aparece como si ella fuera un recuerdo, una glosa de otra noche. Bajo la luna, un perro ladra a una sombra y un borracho sigue su camino. Es curioso, creo haber visto ya la escena al tiempo que pienso que no soy yo, que debe ser otro quien ahora la está viendo.

FABULA

En mi camino encuentro

un árbol elocuente: dice cosas

que el viento calla y la razón entiende.

Es un palo borracho, un palo panzón.

Es un gordo del reino vegetal.

Las nubes pasan o se quedan en sus ramas.

Icaro vuela, lejos.

Y yo, que sólo vuelvo a mi casa,

creo que vuelvo a un árbol de mi infancia.

(De: Fogata y dormidero de caminantes, 1994)

José María Rivarola Matto

(Asunción, 1917 - 1998)

Dramaturgo, narrador y ensayista. Colaborador ocasional, durante muchos años, en varios periódicos de la prensa local, José María Rivarola Matto es autor, en narrativa, de una novela: Follaje en los ojos (1952) –obra que capta la angustiosa realidad de la vida en los obrajes del Alto Paraná– y de una pequeña colección de cuentos: Mi pariente el cocotero (1974). De su producción teatral se destacan, especialmente, El fin de Chipí González (1965; comedia estrenada en Asunción en 1956) y las obras de teatro: La cabra y la flor, premiada en 1965 en el concurso teatral de Radio Cáritas, La encrucijada del Espíritu Santo (1972), también galardonada en 1972, y Tres obras y una promesa (1983), antología teatral que reúne tres piezas: El fin de Chipí González, La calma y la flor y Su señoría tiene miedo. Ha publicado además ensayos como Hipótesis física del tiempo (1987), Reflexión sobre la violencia (1993) y La no existencia física del tiempo (1994), para dar sólo algunos títulos representativos.

LLORA LIBRE MARINERO

Iba subiendo el rumboso Paraná la balandra argentina "Aurora", aquella mañana apacible de horizontes netos bajo cielos lucientes.

Las tareas del día seguían la rutina de limpiar y pintar para el marinero paraguayo Aparicio Brítez enrolado en un puerto del Sur.

Había llegado de su pueblo perseguido por males manifiestos y disfrazados males; había vagado por ciudades extrañas en busca de conchabo con tornadiza suerte. La transitoria changa fue el socorro constante; los dormitorios hacinados de pensiones misérrimas, el consuelo habitual del mate para distraer la puntualidad del hambre; y la soledad, la frontera precisa de su cuerpo ante el matorral de un idioma y hábitos que expresaban situaciones opuestas al paisaje campesino donde había modulado su dulce infancia y una confundida juventud.

Después de trajinar sin rumbo, alguien le indujo al oficio marinero hablándole de horizontes que suben a los cielos, constelaciones movedizas, embriaguez de brisas, incansable murmullo de las aguas, la falaz urgencia enamorada de los puertos, y las citas seguras con el rancho.

Con mañas entró en el sindicato, y de allí pasó a fregar cubiertas, a estibar y remover cargas como precio por su boleto hacia la aventura.

En aquel momento, esa mañana, de pronto Aparicio vio venir bajando al buque paraguayo, que debía cruzarse a pocos metros con el "Aurora". Un súbito frenesí le agitó el corazón: de un salto trepó al puente del timón.

–¡Patrón!, ese barco es paraguayo, ¿no le podemos saludar?

–No lo conocemos… el pito no se toca por cualquier cosa… –contestó el Patrón encogiendose de hombros.

Ya se volvía Aparicio, aturdido, sin saber cómo explicarse, cuando le oyó decir:

–Tome, salúdelo al pasar, con esta bandera– y tomando una bandera paraguaya doblada en un armarillo, se la entregó.

Aparicio la apretó entre sus manos y se empinó sobre la baranda. Tomó las puntas correspondientes, y en el momento que se cruzaban los navíos, soltó la insignia patria, que flameó briosa con la fuerte brisa del andar, desde sus propios brazos extendidos.

Un apasionado grito de conmovida euforia se levantó en el otro buque; marineros y oficiales abandonaron sus tareas y se precipitaron a la borda exaltados ante esta evocación amada de flamígero arrebato, que pasaba navegando llevada por un hombre.

Aparicio vio a su lado al Patrón; quiso ocultar las gruesas lágrimas que corrían libres desde hondones del pecho conturbado.

Pero le oyó decir con voz enronquecida:

–No se avergüence de llorar, marinero: todo ese barco está llorando, y muchos, también en éste.

Me fastidia la fanfarria patriotera; me irrita que se le saque lucro, pues se vuelve tímido el sentimiento honrado, ese que se cría entre vividas experiencias, con dolores y esperanzas comunes, y un largo orgullo compartido.

(De: Mi pariente el cocotero, 1974)

Augusto Roa Bastos

(Asunción, 1917)

Poeta, narrador, periodista, ensayista, guionista cinematográfico y dramaturgo. Uno de los grandes maestros de la narrativa contemporánea, ganador del Premio Cervantes 1989 y el escritor paraguayo de más renombre internacional, Roa Bastos vivió en el exterior (Argentina y Francia) durante casi medio siglo (desde 1947). Miembro del grupo que inició la renovación poética en el Paraguay en la década del 40 –con Josefina Plá y Hérib Cam-pos Cervera, entre otros–, regresó a su país natal –donde reside actualmente– poco tiempo después de la caída del régimen de Stroessner (1989). Muchas de sus obras han sido traducidas a varias lenguas, distinguidas con prestigiosos premios internacionales e incluso llevadas al cine. Sus libros de poemas incluyen El ruiseñor de la aurora y otros poemas (1942) y El naranjal ardiente (1960). En 1995 apareció Poesías reunidas (Edición de Miguel Angel Fernández). Su copiosa producción narrativa –que tiene su génesis en el exilio– gira, temáticamente, en torno a la realidad problemática de su país. El trueno entre las hojas, su primera colección de cuentos, data de 1953. Otras antologías cuentísticas son: El baldío (1966), Los pies sobre el agua (1967), Madera quemada (1967), Moriencia (1969), Cuerpo presente y otros cuentos (1971), Lucha hasta el alba (1979), Antología personal (1980) y Contar un cuento y otros relatos (1984), para dar sólo unos cuantos títulos representativos. En 1960 publicó su primera novela, Hijo de hombre, obra ganadora del Concurso Internacional de Novelas de la Editorial Losada (1959) y epopeya sublime de un pueblo sufrido y doliente, cuya narración abarca un marco temporal muy amplio: desde la dictadura del doctor José Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840) hasta años después de la Guerra del Chaco (1932-1935). En 1974 salió a luz Yo el Su-premo, su segunda novela y, hasta la fecha, la más traducida de las obras narrativas paraguayas de las últimas décadas. Yo el Supremo –inspirada en un personaje histórico, el doctor Francia, supremo dictador del Paraguay durante 26 años– es también la novela que le ha ganado, hasta ahora, tres importantes y codiciados galardones: el Premio de Letras del Memorial de América Latina (Brasil, 1988), el Premio Cervantes (España, 1989) y la Condecoración de la Orden Nacional del Mérito (Paraguay, 1990). En 1984 apareció El sonámbulo, una novela corta. Sus últimas novelas publicadas son: Vigilia del Almirante (1992; Premio El Lector), El Fiscal (1993), Contravida (1994) y Madama Sui (1995), obra que le ganó el Premio Nacional de Literatura 1995, galardón que en Paraguay sólo se otorga cada dos años. También es autor de una pieza teatral, La tierra sin mal (estrenada en Asunción en 1998), ambientada en las Reducciones Jesuíticas del Paraguay y situada en 1768, año de la expulsión de la Compañía de Jesús de territorios americanos.

LOS HOMBRES

Tan tierra son los hombres de mi tierra

que ya parece que estuvieran muertos;

por afuera dormidos y despiertos

por dentro con el sueño de la guerra.

Tan tierra son que son ellos la tierra

andando con los huesos de sus muertos,

y no hay semblantes, años ni desiertos

que no muestren el paso de la guerra.

De florecer antiguas cicatrices

tienen la piel arada y su barbecho

alumbran desde el fondo las raíces.

Tan hombres son los hombres de mi tierra

que en el color sangriento de su pecho

la paz florida brota de su guerra.

LA TIERRA

Sembrada entre sus vientos capitales

y desde el pecho casi sin orilla,

su corazón estalla en la semilla

de corazones rojos e inmortales.

Al Norte, sus cornisas minerales;

la arena, al Oeste, que en los huesos brilla,

y entre el Este y el Sur, la verde quilla

de su barco de tierra y vegetales.

Hundida hasta la frente con su carga

de escombros y de vivos corazones,

mira pasar el tiempo en una larga

sucesión de esperanzas y muñones,

hasta que rompa su prisión amarga

el puño popular de sus varones.

(De: El naranjal ardiente, 1960)

CANTO A JULIO CORREA*

I

Corazón popular

del solar guaraní,

se quebró ya el rubí

de tu idioma sin par.

El varón torrencial

que templara tu voz,

se durmió junto a Dios

en el sueño inmortal.

II

Ya se apagó

el gran proscenio

donde tu genio

tu arte forjó.

Con voz viril

de primavera,

la raza entera

se expresó en ti.

II (bis)

Anocheció

al mediodía,

la luna fría

gimió en un ¡ay!

Númen de unión

tu nombre sea,

Julio Correa

en Paraguay.

III

Desde el luqueño jardín

donde tu sueño vivió,

tu corazón de jazmín

sueños de vida plasmó.

Y en el teatro vital

que tu emoción alumbró,

tu recia voz nacional

verdad de pueblo sembró.

III (bis)

Bajo la tierra natal

tus ojos claros serán

en la raíz de Guarán

germen vibrante vernal.

Y entre tus brazos en cruz

nuestro lenguaje racial

florecerá musical

lazo fraterno de luz…

(¿1954?)

EL BALDIO

No tenían cara, chorreados, comidos por la oscuridad. Nada más que sus dos siluetas vagamente humanas, los dos cuerpos reabsorbidos en sus sombras. Iguales y sin embargo tan distintos. Inerte el uno, viajando a ras del suelo con la pasividad de la inocencia o de la indiferencia más absoluta. Encorvado el otro, jadeante por el esfuerzo de arrastrarlo entre la maleza y los desperdicios. Se detenía a ratos a tomar el aliento. Luego recomenzaba doblando aún más el espinazo sobre su carga. El olor del agua estancada del Riachuelo debía estar en todas partes, ahora más con la fetidez dulzarrona del baldío hediendo a herrumbre, a excrementos de animales, ese olor pastoso por la amenaza de mal tiempo que el hombre manoteaba de tanto en tanto para despegárselo de la cara. Varillitas de vidrio o metal entrechocaban entre los yuyos, aunque de seguro ninguno de los dos oiría ese cantito isócrono, fantasmal. Tampoco el apagado rumor de la ciudad que allí parecía trepidar bajo tierra. Y el que arrastraba, sólo tal vez ese ruido blando y sordo del cuerpo al rebotar sobre el terreno, el siseo de restos de papeles o el opaco golpe de los zapatos contra las latas y cascotes. A veces el hombro del otro se enganchaba entre las matas duras o en alguna piedra. Lo destrababa entonces a tirones, mascullando alguna furiosa interjección o haciendo a cada forcejeo el ha… neumático de los estibadores al levantar la carga rebelde al hombro. Era evidente que le resultaba cada vez más pesado. No sólo por esa resistencia pasiva que se le empacaba de vez en cuando en los obstáculos. Acaso también por el propio miedo, la repugnancia o el apuro que le iría comiendo las fuerzas, empujándolo a terminar cuanto antes.

Al principio lo arrastró de los brazos. De no estar la noche tan cerrada se hubiera podido ver los dos pares de manos entrelazadas, negativo de un salvamento al revés. Cuando el cuerpo volvió a engancharse, agarró las dos piernas y empezó a remolcarlo dándole la espalda, muy inclinado hacia adelante, estribando fuerte en los hoyos. La cabeza del otro fue dando tumbos alegres, al parecer encantada del cambio. Los faros de un auto en una curva desparramaron de pronto una claridad amarilla que llegó en oleadas sobre los montículos de basura, sobre los yuyos, sobre los desniveles del terreno. El que estiraba se tendió junto al otro. Por un instante, bajo esa pálida pincelada, tuvieron algo de cara, lívida, asustada la una, llena de tierra la otra, mirando hacer impasible. La oscuridad volvió a tragarlas en seguida.

Se levantó y siguió halándolo otro poco, pero ya habían llegado a un sitio donde la maleza era más alta. Lo acomodó como pudo, lo arropó con basura, ramas secas, cascotes. Parecía de improviso querer protegerlo de ese olor que llenaba el baldío o de la lluvia que no tardaría en caer. Se detuvo, se pasó el brazo por la frente regada de sudor, escarró y escupió con rabia. Entonces escuchó ese vagido que lo sobresaltó. Subía débil y sofocado del yuyal, como si el otro hubiera comenzado a quejarse con lloro de recién nacido bajo su túmulo de basura.

Iba a huir, pero se detuvo encandilado por el fogonazo de fotografía de un relámpago que arrancó también de la oscuridad el bloque metálico del puente, mostrándole lo poco que había andado. Ladeó la cabeza, vencido. Se arrodilló y acercó husmeando casi ese vagido tenue, estrangulado, insistente. Cerca del montón había un bulto blanquecino. El hombre quedó un largo rato sin saber qué hacer. Se levantó para irse, dio unos pasos tambaleando, pero no pudo avanzar. Ahora el vagido tironeaba de él. Regresó poco a poco, a tientas, jadeante. Volvió a arrodillarse titubeando todavía. Después tendió la mano. El papel del envoltorio crujió. Entre las hojas del diario se debatía una formita humana. El hombre la tomó en sus brazos. Su gesto fue torpe y desmemoriado, el gesto de alguien que no sabe lo que hace pero que de todos modos no puede dejar de hacerlo. Se incorporó lentamente, como asqueado de una repentina ternura semejante al más extremo desamparo, y quitándose el saco arropó con él a la criatura húmeda y lloriqueante.

Cada vez más rápido, corriendo casi, se alejó del yuyal con el vagido y desapareció en la oscuridad.

(De: El baldío, 1966)

Guido Rodríguez-Alcalá

(Asunción, 1946)

Poeta, narrador, ensayista, periodista y crítico literario. Doctorado en Literatura por la Universidad de Nuevo México (Estados Unidos, 1979), prolífico escritor y asiduo colaborador en diversos periódicos locales y extranjeros, Guido Rodríguez Alcalá ha publicado obras en casi todos los géneros. Su producción literaria incluye, entre otros, los poemarios Apacible fuego (1966), Ciudad sonámbula (1968), Viento oscuro (1969), Labor cotidiana (1979) y Leviatán et cétera (1981). En narrativa es autor de Caballero (novela, 1986), Cuentos decentes (1987), Caballero rey (novela, 1988), Curuzú Cadete: Cuentos de Ayer y de Hoy (1990; Premio Radio Curupayty), El rector (novela, 1991), obra galardonada con el Premio El Lector (en narrativa) de ese año, Cuentos (1993) y Velasco (2002), su novela más reciente. También ha escrito varios ensayos, entre ellos: Literatura del Paraguay (1980), Ideología autoritaria (1987) y Borges y otros ensayos (1995), para mencionar sólo tres títulos representativos.

ARTE POETICA

VII

Yo soy como la voz

de muchas voces

como el canto de muchos

patria, callada perra

pobre vieja

que se muere de sueño.

Yo, rencoroso Edipo,

insatisfecho, terco,

soy poeta.

Digo lo que no dicen

lo que nunca dijeron

Fulano, Juan Zutano,

yo canto sus rencores,

yo vengo a sus silencios

(y quizá no lo saben

y quizá canto mal).

No me quieras pedir

historias lindas;

todos estamos mal.

COMO SE BUSCA EL FUEGO

Como se busca el fuego

en las cenizas frías

de la hoguera extinguida

he buscado el calor

en vano en la desierta

geografía, en los símbolos,

gastados de tu historia

en todos los hermanos

(quiero decir aquellos

que son tus hijos todos)

pobre, callada, sola,

discreta madre patria.

(De: Labor cotidiana, 1979)

CLARA Y EL FANTASMA

Clara no acostumbraba hacer esas cosas pero aquella noche se dijo que había trabajado todo el día y que todos los días trabajaba todo el día, así que era cuestión de cambiar de rutina. Sin embargo, no fue a la boite para estar acompañada, fue porque fue. Así se lo repetía para sus adentros y, cuando vio llegar al hombre, estuvo a punto de rechazarlo. ¿Piensa que una viene para eso? Era la frase que tenía en la punta de los labios cuando el hombre la invitó a bailar pero, medio segundo antes de despacharlo, decidió aceptar su invitación. El hombre parecía cortés. No daba por sabido que una mujer sola en una boite necesitaba un hombre.

Y así se hicieron amigos, porque tomaron la costumbre de verse en la misma boite y hablar horas enteras, pero sin hacerse demasiadas preguntas. Había una comprensión tácita entre los dos, algo que no podía comprender la del segundo piso.

Y es que Clara vivía en un cuarto piso y el edificio no tenía ascensor. Las escaleras de madera crujían y, al pasar por el segundo, era seguro que la pareja encontraría la puerta de la vecina entornada, como por casualidad, cuando no sentía la llave moviéndose en la cerradura.

¿Era malicia, curiosidad, infantilismo? Clara no podía saberlo pero le divertía pensar lo que pensaba la vecina que la veía montar las escaleras acompañada y descenderlas sola. Quizás la curiosa, mientras Clara trabajaba en un banco, contando billetes interminables y ajenos, había llegado furtivamente hasta el cuarto piso y mirado por el ojo de la cerradura. ¡Qué decepción! Contando y recontando plata, Clara podía imaginar el asombro de la fisgona, que ya estaría imaginándose una historia de fantasmas. Sólo que las historias de fantasmas no pueden contarse y a la vecina le gustaba contarlo todo y no podía arriesgar su reputación contando que la del cuarto piso dormía con un hombre inexistente.

No. Era preciso dar el nombre, la descripción; de ser posible, señalarlo y decir es aquél. Pero el potencial aquél se evaporaba y la relación que para Clara resultaba de más en más placentera, para la curiosa se volvía torturante. ¿Dónde estaba? ¿Quién era? ¿Qué hacía?

Tanto la torturaban esas cuestiones que, finalmente, decidió verificar la identidad del fantasma en forma bastante impertinente. Y así, cuando Clara llegaba al segundo piso, se abría bruscamente la puerta de la vecina, que salía y se ponía en jarras, como censurando. El fantasma trató de ser cortés; trató de intercambiar con ella algunas palabras cuando se cruzaban pero la vecina, de más en más desagradable, terminó con una crisis de nervios que la llevó a una internación siquiátrica prolongada.

Fue un castigo justo, pensó Clara, aunque ella se ocupaba mayormente de lo suyo y no tenía tiempo para incomodarse a causa de los demás. Justo, por haberse preguntado más de lo que uno debe preguntarse acerca de los otros, a quienes debe respetarse en su intimidad. La misma Clara, al fin y al cabo, tampoco sabía mucho pero había tenido el buen tino de ser discreta. La primera noche que trajo al hombre a su casa no lo sintió al amanecer pero, como en el próximo encuentro lo encontró muy sincero, comprendió que él no tenía la culpa de ser quien era.

No creer en fantasmas no es tan sencillo como creer lo que se dice de los fantasmas. ¿Cuál es la verdad? Los dos se entendían bien y ella ni siquiera tenía necesidad de levantarse temprano para prepararle el café. Sigamos así, le dijo ella cuando él se disculpó de su primera desaparición con un ramo de flores blancas que se esfumaron con él en el segundo encuentro. Pero ella no se lo echó en cara y nunca más volvieron a tener disgustos porque ninguno de los dos hacía demasiadas preguntas.

(De: archivos del autor, agosto de 2004)

Hugo Rodríguez-Alcalá

(Asunción, 1917)

Ensayista, poeta, narrador y crítico literario. Doctorado en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad Nacional (Asunción, 1943) y en Filosofía y Letras por la Universidad de Wisconsin (Madison, 1953), residió en Estados Unidos (de Norteamérica) durante casi cuatro décadas ejerciendo la cátedra de literatura en varias universidades. Fundador y primer director del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de California, Riverside, volvió a su ciudad natal en 1982 –después de jubilarse de dicha universidad–, donde dirigió el Taller Literario Cuento Breve desde 1983 hasta hace poco y donde colabora regularmente en diversas revistas especializadas y suplementos literarios locales y extranjeros. También fue redactor en jefe de las "Commemorative Series" de la Universidad de California, miembro del consejo editorial de importantes revistas literarias (Hispanic Review, Revista Iberoamericana, Hispanic Journal y otras) y dirigió la colección "Cuentos de Taller" de su Taller Cuento Breve. De prolífica labor crítica, Hugo Rodríguez-Alcalá tiene en su haber unos cincuenta libros publicados. Es autor de numerosos ensayos y libros de crítica, como también de varios poemarios y colecciones de cuentos. De su producción crítica y ensayística sobresalen: El arte de Juan Rulfo (1965), Sugestión e Ilusión (1967), Historia de la literatura paraguaya (1970; en co-autoría con Dirma Pardo Carugati, publicó una nueva edición, aumentada, en 2000), Narrativa hispanoamericana (1973), Ricardo Güiraldes: apología y detracción (1986) y La incógnita del Paraguay y otros ensayos (1987). Sus obras narrativas incluyen cuatro colecciones de relatos: Relatos del Norte y del Sur (1983), El Ojo del Bosque: Historias de Gente Varia / Historias de Soldados (1985), La doma del jaguar (1995) y El dragón y la heroína (1997). En poesía ha publicado, entre otros, los poemarios La dicha apenas dicha (1967), Palabras de los días (1972), El canto del aljibe (1973), El portón invisible (1983) y Terror bajo la luna (1983). De más reciente aparición son Romancero tierra adentro, Romancero de Juan Lobo y Antología Poética, todos publicados en 1999, año en que se le concedió el Premio Nacional de Literatura.

PROYECTO DE POEMA

Un poème c’est bien peu

de chose...

R. Queneau

Tema:

mi madre en la casona vieja,

entre las cuatro y cinco de la tarde.

Que se la pueda ver a sus ochenta

y tantos años, pulcra y sosegada,

leyendo en su sillón del corredor.

Que el corredor se haga imaginable:

largo, con sus baldosas coloradas

y las que han sido más o menos blancas.

Que, como fondo, el patio sea intuible

con las palmas, la parra, el jazminero,

y el aljibe en el centro.

No abusar de detalles:

lo esencial es la dueña de la casa

leyendo en su sillón.

Rostro moreno,

hermoso todavía,

capaz

de la alegría más vivaz

como de la tristeza

más discreta.

El cabello rizado, todo blanco.

El aire de la patria, dulce y ácido,

ha de sentirse en torno a su figura.

Y no olvidar:

que a pocos pasos de ella

brinquen y píen cuatro o cinco audaces

gorriones, reclamando

las migajas rituales de la tarde.

Si pudieras pintar ese retrato

con las palabras justas,

estarías allí, en la vieja casa,

vencedor de tu exilio y, para siempre,

con tu tiempo mejor recuperado.

Mayo-junio, 1970

EL PORTON INVISIBLE

... Ed io non so chi va e chi resta…

E. Montale

En la fotografía busco el alto

portón, aquel portón del viejo patio

para ver si es que puedo introducirme

en secreto, y quedarme allí, temblando,

en espera de cosas abolidas.

Mas la fotografía sólo muestra

el muro de ladrillo, a mano izquierda,

y a la mano derecha, esas casonas

que hoy como ayer están allí, en silencio,

proyectando sus sombras en la acera.

Un muchacho moreno, muy delgado,

con ágil paso avanza junto al muro.

Ese muchacho es hoy un blanco abuelo

que habrá olvidado acaso aquella siesta

en la calle desierta, bajo un cielo

ardoroso de enero o de febrero.

–Muchacho: date vuelta; retrocede;

ve si puedes llegar hasta el portón

y abrirlo para mí. Tuya es la hora

de esa remota siesta. Deja abierto

el antiguo portón ahora invisible.

Yo habré de entrar para quedarme a solas

en el patio, mirando a todos lados,

andando de puntillas hacia el fondo...

Tú seguirás andando mientras tanto

por la calle soleada y silenciosa.

Yo, sin hacer ruido, al poco rato,

saldré a la calle que ahora es toda tuya

y cerraré con llave, para siempre,

el portón de tu infancia y de mi infancia.

17 de junio, 1972

(De: El portón invisible, 1983)

PANCHA GARMENDIA INTUYE SU DESTINO

…Caminaba con mucha dificultad

por la larga permanencia en el cepo…

La Pancha no pudo ocultar la

sorpresa que le causó la inesperada

presencia del Mariscal, pues se detuvo

y retrocedió al verlo; López avanzó

hacia ella, le extendió fríamente

la mano…

P. Fidel Maíz

Encontré al Mariscal de pie en el

corredor cerca de uno de los últimos

horcones o pilares de madera labrada.

Le manifesté el objeto que me

llevaba ante él. En seguida en un

pedazo de papel blanco escribió a

lápiz contra el horcón los nombres

de la Pancha Garmendia y de las

hermanas de Barrios y me lo entregó

con la orden de mandarlas ejecutar.

Juan Crisóstomo Centurión

Entre cuatro sayones, desgreñada,

marchita su hermosura incomparable,

Pancha Garmendia, muy penosamente

camina por el bosque. Los harapos

dejan ver, en su cuerpo ayer de nieve

las huellas aún sangrientas del suplicio.

Es la Doncella, orgullo en otro tiempo

de su raza; tan bella y deslumbrante

que a su paso la gente enmudecía

y los ojos no osaban contemplarla.

* * *

El sendero del bosque desemboca

en el improvisado campamento.

Por doquiera hay lanceros de la Guardia

que reposan sus lanzas en la tierra

y las sujetan, rígidos, formando

grupos de estatuas de perfil broncíneo.

Pancha Garmendia mira a todos lados.

–¿Adónde me conducen?– se pregunta.

Los Acã Carayá le infunden miedo.

¡Aún puede sentir miedo! Esos soldados

de terrible semblante; este silencio

ominoso, le advierten la presencia

–que habrá de ser muy próxima– del hombre

cuyo ceño iracundo la persigue

en sus insomnios y en sus pesadillas

y en las horas atroces del tormento.

De pronto, la doncella, con espanto,

ve aproximarse al Mariscal. Los ojos

de él, los siente encendidos como llamas

que hacen arder sus llagas y congelan

el flujo de su sangre. Los sayones

se detienen, clavados en la tierra

con pávida atención. El hombre llega.

Los sayones se apartan como autómatas.

El hombre fríamente la saluda

con ronca voz, tendiéndole la mano.

Pancha Garmendia, en su estupor, no atina

a estrechar esa mano poderosa

que se le acerca, dura, imperativa.

Retrocede unos pasos, aterrada.

Un diamante chispea en esa mano.

Detrás del hombre, en lo alto, al viento cálido

flamea una bandera. La voz ronca

le ordena penetrar en el recinto

del Poder Absoluto. Ella obedece.

Una mujer de claros ojos, rubia,

la sale a recibir. Tiembla Panchita

porque sabe muy bien quién la recibe

tendiéndole esas manos enjoyadas.

Más miedo siente ante esta hermosa hembra

que ante el caudillo inexorable. El rostro

de la mujer sonriente disimula

el ya viejo rencor que se ha enconado.

La fingida bondad, el agasajo

la cohiben aún más y la trastornan.

A los ruegos corteses toma asiento.

Al hacerlo, dolores agudísimos

le acalambran las piernas laceradas,

le apuñalan el pecho y le acribillan

la espalda en rojas llagas encendida.

Le ofrecen ahora dulces y bizcochos.

Famélica, con ansia en mano torpe

de uñas rotas, manchadas de su sangre,

Pancha acepta un bizcocho. Aunque las lágrimas

la ciegan, se domina. Vagamente

sonríe y va afirmando su persona

en los finos modales de su estirpe:

aunque envuelta en harapos, la doncella

lleva en sí un invencible señorío.

Y ya, por un milagro de su orgullo,

sus ojos vuelven a brillar, hermosos,

con un fulgor de retenidas lágrimas.

El busto se le yergue cual ceñido

en preciosos encajes. La pareja

la observa con asombro. El hombre le habla

en tono ya distinto, bondadoso.

El, el duro señor, en homenaje

al señorío invicto en la desgracia,

se muestra lo que es; cae la máscara

que las grandes angustias de la guerra

fijaron en su rostro ayer sereno.

Pancha Garmendia advierte en la mirada

del férreo Mariscal un noble brillo,

un fulgor compasivo y generoso.

Y sorprende, en los ojos de la Inglesa,

un súbito relámpago de ira.

* * *

Cuando Pancha Garmendia se despide,

junto a la puerta esperan los sayones.

Entre cuatro fusiles, cuatro sables,

Pancha Garmendia vuelve a su tugurio.

Ya ha adivinado ella su destino:

ya sabe que va a ser alanceada.

Setiembre de 1982

(De: Terror bajo la luna [Sobre gestas de dos siglos], 1985)

EL PUEBLO

San Pedro del Paraná

es su pueblo. Mes de enero.

Olor a campo fecundo

que el sol calienta. Y silencio.

El caserío se inclina

con la canícula. El pueblo,

cinco o seis cuadras de casas

y ranchos pobres y viejos.

La iglesia, de tan mezquina

apenas parece un templo,

aunque por dentro, el altar

es de estilo plateresco.

Algunas cruces y tumbas:

eso es todo el cementerio.

La Plaza es sólo un baldío

con un mástil en el centro.

El horizonte se extiende

en línea de cocoteros

de copas que se deslíen

al aire de azur y fuego.

Lentas carretas de bueyes

cansados y soñolientos

salen del pueblo dormido,

las altas ruedas, crujiendo.

El arroyo manso y limpio

cruza el camino bermejo.

Allí, chicuelos desnudos

bañan sus cuerpos morenos.

Allí se paran los bueyes

y mojan sus tibios belfos.

Sobre lo verde del valle

el rojo alegre y violento

del camino, se enardece

y alza un polvo turbio y seco.

¡Camino rojo que trae

vagos rumores al pueblo

y lleva rumores vagos

que se pierden a lo lejos!

Pero nunca trae nada

diferente, nada nuevo.

Y el pueblo nunca despierta

de la calma de su sueño.

Entreabre a veces los ojos

al repique dulce y lento

de las campanas. Los gallos

hieren el hondo silencio:

único reloj que advierte

la tarda fuga del tiempo.

INFANCIA DE JUAN LOBO

Al padre de Juan, Tenorio

de amorosas serenatas,

andaluz de cantos hondos

que cavaba en la guitarra;

Lobo auténtico que siempre

hacía honor a su raza,

quebráronle el canto un día

tres balas en la garganta.

Con fuego de amores rojos

celos negros provocaba;

por eso, una noche negra

lo mataron por venganza.

Criolla que era su esposa

le lloró desconsolada

y puso junto a la cruz

la ensangrentada guitarra.

Pero Juan, hijo del canto

en cuya sangre vibraban

las cuerdas enmudecidas,

cogió un día la guitarra

y en el silencio del bosque

despertó la caja mágica.

Coplas del huérfano alzaron

en la noche alucinada,

un clamor de redención

por sus lágrimas heladas...

Mucho tiempo persiguieron

al huérfano, sueños malos:

una noche de puñales

de gritos y fogonazos;

el cuerpo del padre en tierra;

en el aire, muerto el canto

y la guitarra ya muda

junto al cadáver, sangrando...

Una cruz en el silencio

con la guitarra en los brazos:

y fuga del asesino

al galope sobre el campo...

(De: Romancero de Juan Lobo, 1999)

Elvio Romero

(Yegros, 1926 - Buenos Aires, 2004)

Poeta y periodista. Fecundo versificador del sentir de su pueblo y uno de los representantes más prolíficos del vanguardismo social –en la línea de su compatriota Hérib Campos Cervera y de Pablo Neruda, otro gran hermano latinoamericano–, Elvio Romero es el poeta paraguayo más conocido de las últimas décadas a nivel internacional. En 1947 tuvo que abandonar su país por razones políticas y se exilió en Buenos Aires, donde ha escrito y publicado la mayor parte de su creación poética. Autor de más de una docena de poemarios traducidos a más de una decena de lenguas, Elvio Romero ha recibido el elogio de dos grandes poetas de América, ambos ganadores del Premio Nóbel. "Pocas veces –ha escrito de su poesía Gabriela Mis-tral– he sentido la tierra como acostada sobre un libro", y Miguel Angel Asturias, comentando su obra, ha expresado: "Poesía invadida llamo yo a esta poesía, poesía invadida por la vida, por el juego y el fuego de la vida". Entre sus numerosos poemarios figuran: Días roturados (1948), Despiertan las fogatas (1953), Los innombrables (1959), De cara al corazón (1961), Esta guitarra dura (1961), Destierro y atardecer (1962, 1975), Libro de la migración (1966), Antología Poética (1981), Los valles imaginarios (1984), El sol bajo las raíces (1984), Despiertan las fogatas (1986), Resoles áridos (1987), Poesías completas (2 vols., 1990) y El poeta y sus encurcijadas (1991), libro que le ganó en su país el primer Premio Nacional de Literatura 1991, distinción con él inaugurada y creada por iniciativa del Parlamento paraguayo con el nombre de "Premios Nacionales de Literatura y Ciencia". En 1995 apareció Flechas en un arco tendido y más recientemente, en 2003, Contra la vida quieta: Antología, su último poemario y libro que va acompañado de un CD con la voz del autor, el poema "Elvio Romero. Poeta Paraguayo", a él dedicado y recitado por Rafael Alberti, y la canción "Cielito del Paraguay", interpretada por Lizza Bogado.

EL DICTADOR

(Epigrama)

Pobló el solar

de cárceles;

supuso que a su paso

no crecerían nunca

las hierbas ni el rocío.

El desprecio a su imagen

y a su nombre

los verdeció

hace tiempo.

EXTRANJERO

Viajero: te lo han dicho;

ya lo has oído, pobre de ti, "¡extranjero!".

Ya no mereces reposar

–¡como tanto querías!– por fin bajo esos álamos.

Y te lo ha dicho un niño, deseando

saber qué aires silbabas; te lo ha dicho mirando

tu mirada; te lo ha dicho sintiendo

en su inocencia toda tu inocencia.

Esta tierra no es tuya

–debes saberlo siempre–, ni siquiera tu sombra

te conoce esta tarde; recoge nuevamente

tus pobres cosas; pudiera conocerte

piadosamente un día la piedra en que descanses.

Viajero: ¡te lo han dicho!

Escúchalo y no tiembles. Quizá haya sido justo

morir antes de oírlo; quizá ya ese "extranjero"

te induzca a retornar, a no ser huésped

de tu propia penumbra destrozada.

Y te lo ha dicho un niño, pobre de ti,

viajero.

Ya no mereces reposar

–¡como tanto querías!– por fin bajo esos álamos

(De: Antología Poética, 1981)

ALEGRES ERAMOS...

Usted sabe, señor,

qué alegría colgaba en la floresta;

qué alegría severa

como raigambre sudorosa;

cómo el alegre polvo veraniego

fulguraba en su lámina esplendente,

¡cómo, qué alegremente andábamos!

¡Qué alegremente andábamos!

Usted sabe, señor,

usted ha visto cómo

la lluvia torrencial sempiterna caía

sobre un textil aroma de bejucos salvajes

y cómo iba dejando con sus pétalos húmedos

su flora resbalosa,

su acuosa florería.

Usted sabe, señor,

cómo los sementales retozaban

hartos de florecer, jubilosos de hartazgo,

con qué poder la noche deponía

su amargura en la altura del rocío

tal como deponía la desdicha

su arma en las arboledas.

Usted sabe qué alegre

frutecer de racimos por las ramas,

como alegres luciérnagas subían

a encender las estrellas

a conducir azahares que estallaban

como emoción nupcial o lumbraradas.

Usted sabe, señor,

que antes de que aquí se enseñoreara

la pobreza, frunciendo hasta las hojas,

desesperando al aire,

bien sabe, bien conoce

que cualquier miserable aquí podía

prorrumpir con un canto en su garganta,

en su pecho opulento.

(¡Cómo podías reír, muchacha mía!

Juvenil, ¡cómo izabas

una sonrisa fértil como un grano,

cómo te coronaban los jazmines

y cómo yo apuraba

mi vaso de fervor! ¡Qué alegres éramos!)

Antes,

antes de la amargura,

antes de que sorbiéramos

un caudaloso cáliz de indigencias boreales,

antes de que supiéramos

que en su reverso el sol guardaba al hambre,

¡qué alegres caminábamos!

Antes,

antes de que al aura ofendieran,

antes del mayoral, del tiro, antes del látigo,

qué alegría, señor,

¡qué alegremente andábamos!

CARTA A JULIO CORREA

Julio: vuelvo a escribirte ahora, madurado

en este oficio amargo de recordar mi tierra,

llena de estragos hondos y un sino desolado,

la que dejó mi vida tendida en su costado

izando hasta su cielo las sombras de la guerra.

Te recuerdo plantado como un árbol frondoso

ante el nivel caliente de un crepúsculo abierto,

árbol antiguo, agreste; ramaje poderoso

de empurpurada tierra, de polvo fragoroso

resumiendo el silencio del paisaje desierto.

Cuando imagino, Julio, que allí la vida tiene

un telón de sombrío derrumbe oscurecido,

que es una rosa ardiente la pasión y sostiene

el corazón su rama de espinos, se me viene

la voz en hondo trueno de tizón encendido.

Te alcanzó en el sendero la vida más amarga,

y su sabor amargo lo llevaste prendido

como algo que en la densa soledad nos descarga

una dura tristeza, una tristeza larga

arándonos el pulso y el puño decidido.

Has conocido al hombre cuando enseñó el severo

reverso de su sangre poderosa y bravía,

que luego se hizo fuego vibrante y sol señero,

torrentera boreal, remanso verdadero,

abriendo por los montes tajos de valentía.

Todo fue un tiempo clara severidad, tranquilo

beso del esplendor en la luz mañanera,

de roja claridad acostada en el filo

de la tarde, del limpio albor llevando en vilo

el amor, la mies clara, el sol, la primavera.

Después . . . ¡lo que sabemos! ¡Viejo dolor ceñido

al bulbo terrenal que la vida sustenta;

viejo dolor de pueblo castigado y caído,

de pueblo que levanta su ardor amanecido

en la humillada noche como dura tormenta!

Después . . . ¡lo que sabemos! ¡La libertad vendida,

vendido el cielo claro, vendidas las amigas

albas que demoraban su ramazón florida,

vendido el aire suave, la brisa atardecida,

vendido el corazón, vendidas las espigas!

La libertad, fogosa, reclama nuestra mano,

dulce como los sueños, roja como la brasa

radiante que resalta hacia un confín lejano;

la libertad, tan simple como el trigo lozano,

cual la mesa raída y el vino de tu casa.

¿Escucharás también la nueva melodía?

¿No has aguardado acaso que la vida recobre

la fabulosa gracia de vivir la alegría,

de vivirla en las cosas más tiernas cada día,

en el bucle de un niño o en tu mantel de pobre?

Cuando regrese, Julio, habrá flores dichosas

acogiendo el anuncio de las nuevas semillas.

Todo tendrá el aroma de las cosas sencillas.

La tierra, el alba pura se abrirán generosas.

Nosotros, como siempre . . . ¡cantando maravillas!

(De: Despiertan las fogatas... [1950-1952], 1986)

Jesús Ruiz Nestosa

(Asunción, 1941)

Narrador, fotógrafo y periodista. Aunque ejerce el periodismo desde hace muchos años y ha publicado cuentos y novelas a partir de los años setenta, la fotografía es, según palabras del mismo escritor, "una actividad por la que siento especial afecto". En ese sentido ha hecho numerosas exposiciones en Asunción, y en 1992 se realizó una muestra retrospectiva de sus fotografías en el Museo Paraguayo de Arte Contemporáneo. Con respecto a su producción narrativa, en 1973 apareció en Buenos Aires Las musarañas, su primera novela cuya temática gira en torno al ascenso social y posterior caída de una familia arribista. El resto de sus obras publicadas incluye "La huida", cuento galardonado con el "Premio Hispanidad" (1974), El contador de cuentos (1980), volumen de cinco cuentos cuyo relato titular ("El contador de cuentos") había sido publicado con anterioridad en Alemania (1979) en una antología dedicada a escritores paraguayos, Los ensayos (1982) y Diálogos prohibidos y circulares (1995), su segunda y tercera novelas, respectivamente. También es autor de varios textos poéticos, entre ellos: "El Río" (1978; año de estreno) y "La Cruz del Sur" (estreno en 1984), para dos obras musicales del director y compositor Luis Szarán, y "Ciclos" (obra presentada en 1985), texto preparado para el montaje fotográfico del mismo nombre con acompañamiento musical también de Luis Szarán.

BAILANDO EN "EL CRIOLLO"

Puedo jurar por lo más sagrado que tengo –si algo de sagrado tengo todavía después de lo de esta noche– que no he tomado nada. Quizá una cerveza o dos. Esta no debe ser más de la tercera. ¿Por qué luzco así entonces? Debe ser el miedo. Qué mierda, nunca sentí tanto miedo. Ahora me descubro lo cobarde que soy, qué miedo tengo. Cuando me pidieron los documentos tendría que haberles pasado la cédula con la mano derecha, no con la izquierda, con la derecha para que vieran cómo la tengo. Pero no, tuve miedo y se la pasé con la izquierda. ¿Con qué cara les voy a mirar cuando vuelvan? Eso siempre y cuando vuelvan. Claro que van a volver. Y yo no sé con qué cara voy a mirarles. No sé cómo voy a explicarles que mi nombre no estaba en la lista.

Después que se fueron me quedé parado, sin poder reaccionar, al lado de la misma mesa que ocupamos casi siempre que vamos a El Criollo, al entrar por el largo pasillo, a la izquierda, en la tercera fila de mesas comenzando a contar desde la pista de baile. Tardé un tanto en descubrirme en la calle. No es que yo quiera ocultar todas las vueltas que dimos antes de llegar allí. Pero mis pies me llevaron afuera antes que yo hubiera decidido salir.

Caminé por esa calle que pasa por atrás del Hospital Militar –nunca supe cómo se llama– hasta la esquina de General Díaz, mirando fijamente hacia el frente, tratando de descubrir en las zonas oscuras de la calle la patrullera que tenía que estar esperándome. Estaba seguro que me esperaban en algún lugar. Hasta que como en un acto de magia, aparecieron ante mí las luces de El Rubio y decidí quedarme. Acabo de descubrir que traía en la mano, apretándolo muy fuerte, el anillo de plata que le había regalado. En algún momento me lo devolvió, pero eso fue antes de salir.

No entiendo cómo me dejó salir o por qué me dejó ir solo. Según los perros estaba loca por mí. Loca tendría que estar para enloquecerse por mí. ¿Qué podía darle? ¿Qué podía significar para ella? Si me hubieran dicho que estaba loca por Ricardo Patiño lo hubiera creído. Ricardo es alto, atlético, de linda pinta. Pienso que tiene todas las características para enloquecerle a una fulana como Catalina. ¿Pero yo qué tengo para atraerla más que un montón de huesos descolocados bajo la piel? Creo que no le llego ni al hombro a Ricardo. Sin embargo los perros me decían que era por mí que la fulana deliraba.

Nunca pensé que Catalina fuera una prostituta, por más que le guste ir a bailar al Criollo. La primera vez que nos encontramos la quité a bailar porque me estaba mirando desde hacía tiempo.

Y me animé. Se volvía loca con la orquesta de rock que había allí. Saltaba, se movía, giraba como un trompo mientras se le volaba el vestido hasta mostrar la bombacha sin ningún problema. En los rock lentos, sin embargo, se me apretaba como un pulpo y yo volaba de calentura. No sabía qué hacer porque calculaba cuál sería su tarifa y yo no tenía ese dinero para decirle vamos, más aún siendo un viernes por la noche cuando abundan los clientes y el dinero fácil corre. Fue ella la que me dijo vamos y yo, con la garganta seca, en parte por la calentura, en parte por la vergüenza de reconocerlo, le dije soy un seco, no tengo un peso para poder pagarte lo que vos debés cobrar. Más vergüenza sentí cuando me dijo vamos, yo no cobro nada, quiero hacerlo por el gusto de estar contigo.

Cortamos por un callejón, salimos cerca de la plaza Rodríguez de Francia y allí entramos en una casa que forma parte de una serie de casas viejas, todas iguales, que tiene como media cuadra de largo. Menos mal que llegamos pronto porque de lo contrario la hubiera violado por el camino tal era la calentura que tenía en ese momento.

Fue una noche inolvidable. Nunca imaginé que el sexo me pudiera hacer tanto bien. Sobre todo después de una semana tan tormentosa como aquélla. No hace más de un mes de esto. Fue cuando la universidad se declaró en huelga. Mi hermano mayor que está en Ingeniería y el hermano mayor de Ricardo que está en Medicina nos hablaron, primero por separado, después nos reunimos los cuatro para ver la posibilidad de integrar los colegios secundarios a la huelga. La idea era parar el país para protestar contra la dictadura. Pasaron casi ocho años que este señor tomó el poder prometiendo llamar a elecciones libres y limpias pero no ha dado hasta ahora señales de querer cumplir con aquello.

La noche con Catalina fue un descanso para los nervios. Me aseguró que no era prostituta y que tenía un trabajo aunque no me dijo dónde trabajaba. Pienso que a lo mejor tenía miedo que me fuera a molestarla. Me hizo prometer que nos encontraríamos con frecuencia en El Criollo. Después de esa noche, a lo largo de este mes nos encontramos con bastante frecuencia. Los perros me aseguraban que ella estaba loca por mí y creo que yo comencé a enloquecerme por ella. Teníamos unas noches de sexo que me dejaban fuera de órbita.

Juro por lo más sagrado que tengo –en ese entonces todavía tenía mucho de sagrado– que nunca le pagué un centavo ni ella me pidió que lo hiciera, ni siquiera me pidió ese regalo que le hice. El anillo de plata, el anillo de siete ramales, se lo regalé porque quería decirle de alguna manera lo feliz que me hacía en la cama. Es factible que ella estuviera loca por mí, porque qué ventaja podía quitar de un chiquilín de dieciocho años como yo. En un momento dado nos sentimos muy hombres, muy machos, pero a esta edad no somos más que chiquilines. Es muy difícil reconocerlo. En mi caso peor porque además debo aceptar mi cobardía sumada al espantoso miedo que sentí esta noche.

Pero Catalina, Catalina Bernal, me dio mucho, mucho más de lo que me costó el anillo de siete ramales. Desde el mismo comienzo, desde la primera vez que estuvimos juntos mostró mucho interés por todo lo que yo hacía. No era sólo sexo lo que quería ella, lo que podía darle yo. Me escuchó pacientemente mientras le contaba lo que yo llamo mi locura, el sentimiento de soledad que me invade con tanta frecuencia, la necesidad de encontrar a alguien que me quiera, el delirio de descubrir a alguien que se me parezca, las dificultades que tengo en el colegio con los profesores porque me aburre el estudiar tantas cosas que no entiendo para qué sirven, el desencanto de vivir en un país donde emocionarse está mal visto y el temor de no poder desarrollar mis posibilidades porque el sistema no me lo permite.

Cuando mi hermano y el hermano de Ricardo nos hablaron de la posibilidad de paralizar el país con una huelga se me hizo como una luz. Me estaban ofreciendo la oportunidad de luchar contra un sistema que me estaba oprimiendo y de acabar con él. Creo que fue una de las primeras veces que le hablé a Catalina de Ricardo. Y dos días más tarde le conoció en El Criollo. Hubo una corriente muy positiva entre los tres. Tanto que en un momento dado le invitó a él a irse con nosotros a su casa. Al comienzo no entendí muy bien cómo venía la mano. Dejé que las cosas sucedieran. Tenía mucha curiosidad de todo. Siempre tuve curiosidad de todo. Nos fuimos a su casa y hasta ahora no sé cómo terminamos acostándonos los tres desnudos en la misma cama. Catalina se puso en el medio de nosotros dos y nos acariciaba. Primero yo le hice el amor mientras ella le tocaba a Ricardo. Luego lo hizo Ricardo. En fin, fue una noche de locura, nos hizo de todo y nosotros también, no había límites, ni vergüenza, ni pudor. Era una sensación de mucha libertad y sobre todo de mucho entendimiento. En ningún momento sentí miedo de ser desplazado por Ricardo. A la madrugada, cuando íbamos caminando calle Colón arriba, Ricardo me dijo que era evidente que Catalina estaba loca por mí, a pesar de todo cuanto habíamos hecho entre los tres. Fue una de las pocas veces en la vida que no me sentí solo porque tal sentimiento había sido sustituido por una euforia que hasta ese instante no había conocido ante el descubrimiento de las variantes del sexo y la posibilidad de luchar por una libertad que nunca he conocido.

Hace dos días estuvimos de nuevo allí los tres juntos, de siesta, porque a la noche teníamos reunión con el comité universitario de huelga. Le explicamos por qué no íbamos a poder ir a bailar esa noche al Criollo y ella simplemente nos escuchó sin prestarnos mucha atención. Lo único que le interesó escuchar fue que nos encontraríamos todos allí esta noche. Qué le puede interesar una huelga estudiantil a una mujer que trabaja... No sé adónde trabaja. No sé por qué se me hace la idea que trabaja de vendedora en alguna tienda. No tiene pinta de trabajar en una oficina aunque es evidente que sólo lo hace de mañana porque ese día estuvo con nosotros dos casi toda la tarde. No me hago a la idea que hace sólo dos días lo hayamos pasado tan bien con Ricardo y ahora ha naufragado todo: nuestras ideas, nuestro intento de lucha, nuestros pensamientos. A lo mejor ha naufragado hasta nuestra amistad. Porque ¿con qué cara voy a mirarle a Ricardo cuando vuelva?... Si es que vuelve. Si es que vuelve. Sentí tanto miedo. ¿Es justo sentir un miedo tan grande?

Todo el día de hoy –ya no hubo clases por la huelga– trabajamos en hacer los lápices de cera para pintar las paredes. Gente con experiencia nos enseñó cómo mezclar la cera con los óxidos de diferentes colores. Proyectábamos irnos a bailar a El Criollo. Si las cosas se daban bien nos íbamos a acostar con Catalina y después, a la madrugada, proyectábamos pintar las paredes. Redactamos en un papel las frases que íbamos a escribir para no perder tiempo. Además, con los nervios a uno se le van las ideas. Ricardo había propuesto "Muera el tirano" y yo quería que fuese "Que se muera el tirano".

El proyecto era salir en grupo de tres o cuatro. Dos actuarían de campana y dos escribirían. Y nos fuimos al Criollo. Ya de ida tuvimos oportunidad de escribir en dos paredes. Por eso tenía… por eso sigo teniendo la mano derecha manchada. Fuimos llegando de a poco, separadamente, para no llamar mucho la atención despues de haber escondido nuestros gigantescos crayones en un patio baldío de los alrededores. Primero caímos Ricardo y yo. Luego Emilio Barudi, y más tarde en este orden: Guillermo Alarcón, Osvaldo Montaner, Carlos Fleytas y mi primo Osvaldo Moreno.

Podíamos formar dos grupos, uno de tres y el otro de cuatro. Estaba tan excitado por las dos paredes que pintamos que no le di mucha importancia al hecho que Catalina estaba bailando con un desconocido. Un tipo de aspecto desagradable al que nunca habíamos visto por allí. Después de frecuentar tanto tiempo el lugar uno termina conociendo más o menos a todos los parroquianos. Pero a este no le vimos nunca anteriormente, por lo menos, yo no. Los muchachos de la orquesta estaban como en trance. Tocaron tres veces seguidas "Rock alrededor del reloj" y a continuación comenzaron con "Hasta luego cocodrilo". Iban por la segunda vuelta cuando cayó la policía. Al comienzo ni nos dimos cuenta porque todos iban de civil, no se veía ningún uniforme. Yo tiré la silla hacia atrás por si había necesidad de salir corriendo y vi que en el largo pasillo de entrada, el que pasa por el costado de la mueblería, había un grupo dispuesto a no dejar pasar a nadie y al fondo, en la calle, la camioneta roja. Allí sí había dos agentes uniformados.

Cuando comenzaron a pedir documentos los perros pensaron que se trataba de un control de rutina y Carlos Fleytas que está justo en el límite de los dieciocho años pensó que le harían salir del lugar. Pero yo no, yo no me engañé. Desde el primer momento comprendí que era otra cosa, que nos estaban buscando. Puse la cédula de identidad en el bolsillo de la camisa para tenerla al alcance de la mano y la derecha me la metí en el bolsillo del pantalón. Casi en seguida se acercaron a nosotros y el que me pidió los documentos me miró fijamente, después miró mi fotografía donde aparezco bastante diferente porque es de cinco años atrás. En ese entonces tenía trece. Me miró de nuevo y me preguntó si era zurdo. Con una velocidad increíble me pasó por la cabeza si la pregunta tenía un doble significado, dudé un segundo y maquinalmente hice un gesto afirmativo con la cabeza para agregar luego sí, soy zurdo. Con mi cédula en la mano miró a su alrededor como si buscara a alguien, pero era evidente que no daba con la persona indicada. Después me la devolvió mirándome siempre fijamente al tiempo que me decía está bien, está bien, así lo repitió varias veces.

Después se dirigió a los otros y uno a uno fue pidiéndoles su cédula de identidad. Miraba el nombre y se la guardaba en el bolsillo. Póngase allá le decía con tono seco y cuando tuvo a todo el grupo de seis les gritó van a tener que acompañarnos, carajo y le empujó a Guillermo que estuvo a punto de caer si no hubiera sido por Ricardo que lo atajó ya en el aire. Después el mismo hombre se dirigió a la orquesta para decirles a los músicos con tono autoritario que podían seguir tocando los demás que bailen pero sin armar mucho quilombo.

Yo me quedé parado mientras el mundo a mi alrededor volvía a la normalidad con movimientos quitados de una película rodada en cámara lenta. Algunos me miraban extrañados porque era llamativo en realidad que todos mis amigos fueron apresados y yo no. Seguía con mi cédula de identidad en la mano cuando le vi acercarse a Catalina que comenzó a hablarme pero yo no estaba en condiciones de escucharle hasta que logré darme cuenta que me aconsejaba irme a mi casa a dormir porque todo había acabado. Andate a tu casa y quedate tranquilo, es lo mejor que podés hacer. ¿Y mis amigos? Se los llevaron, no sé qué puede pasar con ellos, se los llevaron no sé adónde ni hasta cuándo. En cuanto a lo de volver a casa, en ese momento, no me resultaba lo más indicado ni lo más seguro. ¿Y si me estaban esperando allí para allanarla? Tales eran mis dudas por lo que me pareció más prudente pedirle a Catalina que me dejara dormir esa noche con ella, en su casa. Se negó, insistí y volvió a negarse, así todas las veces hasta que le dije de mala manera que le dejara al tipo ese con el cual estaba. El desconocido no es tan desconocido, por lo menos para mí. Me dijo que yo era un chiquilín que no podía darle gran cosa. Mientras que el desconocido me cuida, es mi protección y en este país es muy importante tener a alguien que te proteja. Me quitó la cédula de la mano, me la metió en el bolsillo y sentí que me tomaba de la mano derecha. Al ver que estaba aún sucia de cera azul me miró haciendo un gesto negativo con la cabeza y me puso allí el anillo que le había regalado, el anillo de plata de siete ramales. Lo nuestro es cosa terminada me dijo mientras se daba vuelta y regresaba con el tipo que la acompañaba.

¿Vos creés que ella podía haber estado enamorada de mí, como decían los perros? Ella sólo se quiso divertir conmigo, con Ricardo, y hasta comenzó a preguntar por Roberto, mi hermano. Estaba loca de ganas de conocerle. Pero yo nunca le dije nada a él, tan ocupado está entre la universidad y la organización de la huelga. Qué va a estar enamorada de mí. Allí se quedó tan tranquila, tan segura, con el desconocido. Sobre todo, tan segura. Mientras yo, ¡qué miedo sentí!. ¡Qué miedo sentí, carajo!. ¿Habrá alguien en este momento que nos puede proteger, alguien que se apiade de nuestra suerte y nos defienda? Me imagino que en este mismo instante los perros estarán siendo azotados en el tenebroso Departamento de Investigaciones. El tenebrosísimo Duarte Vera en persona los debe estar pegando hasta que pierdan el sentido. Todo por meternos a organizar una gigantesca huelga en contra del dictador. Pero ahora se echaron a perder nuestros planes. Mañana tenía que salir nuestro comunicado. Ibamos a repartir copias en toda la ciudad mientras las paredes tenían que amanecer con leyendas en contra de Stroessner, de su gobierno, de los abusos que se cometen, a favor de todos los que están presos injustamente. Ahora se desbarataron nuestros planes y posiblemente los perros, desaparecidos los cabecillas, mañana mismo comiencen a entrar a clase. ¡Qué maldita suerte tiene este alemán de mierda! Y yo qué miedo. Qué pánico, qué sensación de encierro, de opresión, cuando esté sentado aquí en la calle, al aire libre, bajo el cielo descubierto, en la mesa de un bar. Pienso que en cualquier momento pueden venir a buscarme mientras la ciudad duerme. El continente entero duerme. Sólo la policía está despierta buscando a los enemigos del régimen. Y nosotros, nosotros también estamos despiertos, vos y yo. Vos, Jesús, escuchándome, y yo hablando sobre este espantoso sentimiento. No sé qué hacer con mi miedo como con este anillo. ¿Por qué no intentamos venderlo? Ese dinero nos alcanzará fácilmente para pagar a dos fulanas con las que nos vamos a acostar esperando que llegue la mañana. A la luz del sol será más fácil pensar qué es lo más adecuado hacer. Bajo la luz de la mañana es más fácil pasar desapercibido y esconderse entre la gente que llena las calles y no como ahora en que la oscuridad proteje a los delincuentes, a los asesinos, a los ladrones, a los policías que no se diferencian de los asesinos que aprovechan la noche para encarcelar, matar o torturar ya que a esta hora nadie escucha el tiro de gracia, ni los gritos de socorro, ni los lamentos de dolor, ni nuestras voces porque es en medio de la oscuridad de la noche que descubrimos que en realidad estamos solos haciéndole compañia a este miedo que nos traspasa, que nos transforma, que nos convierte en seres diminutos frente al poder absoluto del dictador.

Asunción, 1962/1994*

* Nota: Según el autor, este cuento lo escribió en 1962 y lo retomó para reelaborarlo y darle forma final en 1994. Explica además que "en su versión original no estaba ubicado con la precisión que ahora tiene, ni se mencionaban los lugares que existieron, ni los nombres de las calles, ni los nombres de los personajes..." por razones obvias... Recordemos que la dictadura de Stroessner duró más de treinta años: 1955-1989.