Raquel Saguier
(Asunción, 1940)
Cuentista y novelista. Siendo aún muy joven, escribe su primera novela, Los principios y el símbolo, que sale finalista en un concurso de novelas organizado por el diario La Tribuna en 1965. Socia fundadora de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP), forma parte de diversos grupos literarios de su país y tiene cuentos publicados en libros del Taller Cuento Breve (1984 y 1985), así como también en numerosas antologías y revistas literarias, nacionales y extranjeras. Raquel Saguier ha logrado notoriedad con la aparición de La niña que perdí en el circo (1987), su primera novela publicada, convertida en best seller local y luego traducida al francés y al portugués, y publicada en París (Francia) en 1992 y en Porto Alegre (Brasil) en 1993, respectivamente. Su segunda novela, La vera historia de Purificación (1989), también ha sido muy bien acogida por la crítica local. En 1994 aparece Esta zanja está ocupada, su tercera novela, distinguida con un galardón especial en el Concurso de Novela "Mario Andrade", organizado por el Movimiento Literario y Cultural del Sudeste Sudamericano en abril de 1994. Posteriormente, en 1999, sale a luz La posta del placer (Premio Municipal de Literatura 2000), su cuarta novela.
LA CARTA
La carta, que por casualidad había llegado a mis manos, me dejó estupefacta y fue tal el impacto al leerla que tuve que sentarme. Era indudable que nunca había sido enviada y que la había escrito sólo como un desahogo.
La letra era de la abuela Ester y el destinatario, una gran incógnita. Siempre pensé que el abuelo Francisco había sido su primer y único amor, pero ahora, la extraordinaria revelación de un sentimiento antiguo, fuerte y misterioso, afirmaba lo contrario.
Necesité leerla de nuevo:
"Te escribo desde el silencio de mi alcoba, de un silencio venido de muy lejos, sólo quebrado de tanto en tanto, por la brisa que escapa de la noche y se cuela en la ventana, agitando las cortinas e inundando todo con profunda tristeza, pertinaz y amarga. Como la mía, como la tuya. Por la dolorosa evidencia de no poder cambiar nuestros destinos. Porque los sueños se desvanecen ante la realidad de que estábamos soñando. Porque mañana me caso con otro y tú lo sabes. En vano trato de detener estas horas que nos quedan en el tiempo, sólo en vano; ellas se escapan de mis manos en su eterno avanzar raudo y constante, acercándonos a la inevitable despedida, a la tensión de un adiós irremediable, a la partida que empieza a ser nostálgica presencia.
Y ahora, sola en la noche, vivo este silencio con los ojos cerrados para evocarte, para sentirte, pues si los abro no te encuentro. Te recupero poco a poco y es tan nítido y doloroso el contorno de tu frente, de tu boca; tu presencia se hace tan vívida y cercana que hasta tengo la certeza en este instante, que con sólo alargar un poco la mano puedo tocarte, puedo llenarme de tu aroma que parece estar en todas partes, de tus ojos que secos de lágrimas regresan reflejados en la luna, de tu amor que me sofoca como si fuera lo único que me ha sucedido y seguirá sucediéndome sin fin, hasta el día en que tu memoria agote tu recuerdo.
Escribo con una facilidad que me asombra y las ideas que brotan del sentimiento se apresuran por llegar a ti, a tu silencio, hasta tu pena que en la distancia se confunde con la mía.
Mi refugio son los recuerdos que ya se hicieron carne en mi carne y que vuelven llenos de indefinible encanto, de fragmentadas añoranzas. Nuestros pasos se encontraron en una misma huella ancha y profunda, pero ya nuestros senderos estaban bifurcados en distintas direcciones, sin posibilidad de algún reencuentro.
Nos conocimos tarde y ahora sólo acepto mi destino, impotente de cambiar lo que de antemano estaba impuesto. Como si nuestros días se sucedieran en tiempos diferentes, como aguas que apartadas de su cauce ya no pueden reunirse en sus comienzos.
Fueron encuentros casuales, fortuitos y tú lo sabes. Iba yo por la senda y tú venías por ella. Con el lenguaje mudo sin voz y sin palabras. En tácito acuerdo nuestras miradas se buscan, se comprenden, se responden, prendidas en algo sobrenatural situado más allá de la expresión hablada. Una sutil complicidad de pensamientos, de tenues ondas sensoriales sólo captadas por nosotros mismos, que nos hace entender la noche, entender los trinos, el viento y lo bello.
Retrocede el tiempo hasta llegar al día íntimo, infinito. Y me estremezco de sólo revivirlo. Es de noche y hay un baile, con ruidos, con personas que se mueven sin rostros, con voces que se alargan y que no oímos.
Solos tú y yo; ausentes a todo lo que nos rodea. Unidos en el torbellino de la música que nos llega muy lejana. Embriagados en la rara y deleitosa sensación de sabernos cerca, sólo sintiendo en las manos, el palpitar de las venas.
Tu mirada húmeda, inmóvil en la mía, mi mirada húmeda, inmóvil en la tuya y ese temblor divino que prendido a nuestros labios, nos impide pronunciar palabras.
La conciencia vuelve a ratos, tratando de liberarnos del hechizo, de guardar distancias, de gritarnos lo imposible de este sueño, de este amor que nos delata. Y sin embargo, ella fracasa.
Asistimos deslumbrados a la revelación que comienza a tomar cuerpo en nuestros cuerpos: yo te amo y tú me amas.
Bailamos con ansiosa entrega; nos aceptamos tan gozosos y olvidados que la música se hace eterna. Vibramos con vibraciones tan profundas de placer, que nos parece absorber en cada sensación, la vida entera.
Nuestras voces se anudan en la garganta, pronunciamos nuestros nombres quedos. Es un momento mágico de dicha suprema que nos arrebata, nos eleva; salimos a la luz, alcanzamos la luna.
¡Oh, Dios, obra el milagro de detener esta noche en el tiempo, que ella quede eterna, edificada en nuestro cielo! Era la oración de nuestros corazones y tú lo sabes.
Nada más que un sueño del que despertamos cuando nos sacude la dolorosa realidad de que estábamos soñando.
Esa noche lejana, tibia aún de tu presencia. Y ahora, en la soledad de mi cuarto esta noche que se hace fría, inmensa.
Sigo viviendo el silencio, empiezo a vivir tu ausencia; pero ahora ya no hay brisa ni una mañana que se cuela en la ventana y a través de ella percibo como en sueños, difuminadas, dos siluetas que se alejan, huyéndose y buscándose.
Hoy tú sales de mi vida y no puedo retenerte. Hoy te llevas mi dolor, hoy te llevas mi agonía, hoy te esfumas lentamente...
Miro el reloj, implacable me recuerda que me casaré mañana. Y en mi pecho crece una indecible sensación de desconsuelo, de dolor que va en aumento y en mi boca se demora el sabor de una lágrima, que cae silenciosa mezclada con la tuya.
Lo nuestro empezó sin un comienzo y termina sin un final. Nos une todo y no nos une nada; ni siquiera aquello que no dijeron las palabras, ni siquiera aquello que captaron las miradas.
Mañana me caso con otro, mañana...
Todas las luces se apagan. En el fondo, en las almas queda una: tú me amas, yo te amo y tú lo sabes...".
(De: Taller Cuento Breve [Varios autores; dirección: Hugo Rodríguez-Alcalá], 1984)
Mario Santander Mareco
(Asunción, 1972)
Docente, escenógrafo, actor, director y autor de teatro. Formado en institutos y escuelas superiores de arte teatral, en su país y en Estados Unidos (Washington D. C., Tejas, Nueva York, Chicago, Austin...), Mario Santander se inició muy joven en el mundo del teatro. Empezó sus actividades teatrales en 1990, cuando sólo tenía dieciocho años, participando en numerosas producciones, primero como actor, escenógrafo y vestuarista; y luego también como director y autor teatral. Desde 1994 enseña en la Escuela Municipal de Arte Dramático. Entre los años 1998 y 2001 ha escenificado y dirigido cuatro obras, incluyendo dos de su autoría. Como escritor teatral, es autor de más de una docena de piezas, en su mayoría breves y estrenadas en Asunción también entre 1998 y 2001: Sueños por un Panambí, Leña mojada, Lilí, Receta y Pasos Dobles, en 1998; A la Una, en 1999; Azulejos y Show Yos (Premio Cooperativa Universitaria 2000), en 2000; y Del fiambre, Cookies, A mano, Ella, La Ministra sin cartera y La tuerca, en 2001. Dos de estas últimas obritas (Cookies y A mano) forman parte de Mujeres, pieza de autoría colectiva compuesta de diez textos breves, dirigida por Mario Santander y estrenada en 2001. Además de sus muchas obras de teatro corto, Santander es también coautor, con Agustín Núñez, de Golpe de luna llena, publicada y estrenada en Asunción en 1999. Actualmente integra el plantel docente del Ministerio de Educación y Cultura en talleres teatrales para las escuelas de danza de todo el país.
LILI *
* Esta obra fue estrenada en Asunción (en la Manzana de la Rivera), en julio de 1998.
Viernes de setiembre, 11 de la mañana, cuadernos y revistas de moda. Y cientos de maquillajes en una bolsa grande.
LILI: Faltan pocos minutos, y en la puerta del colegio el Mercedes esperándome, el chofer, con esos caramelos de menta baratos sonreirá levemente y me dirá "señorita", abriéndome la puerta, casi escapando con poquísima suerte de los periodistas, las fotos y los micrófonos me acecharán. Ellos no saben que los necesito, pero no puedo ni siquiera un poco mostrarme carente, ¡jamás! Es la vida de estrella, yo arriba, ellos tratando de captar una imagen mía para el pueblo que me sigue, me ama, me idolatra, son las reglas, yo no las hice, simplemente soy una modelo... ¡¿Cómo que modelo de qué...?! FASHION, ¿te suena? ¡GLAMOUR! ¿me entendés? Todo eso soy yo... Jean Paul, ¡por favor! Maneja con más cuidado, que casi me haces derramar champagne por la blusa nueva que me regalaron en Johannesburgo. Es que estos baches asuncenos son como los periodistas, están y te salen por cualquier parte.
Sí, profesora, ya entendí, ahora guardo mis útiles.
Y a ésta, qué bicho le picó, creo que tengo que reconsiderar este colegio y sobre todo a esta profesora, revisaré entre mis apuntes su currículum, tal vez es una aprendiz, planillera y seccionalera, ¿por quién habrá hecho más "hurra" para lograr su mediocre sueldillo de puchero?
Encima, esos collares de plástico y piedra, el anillo de lata y pulseras de madera, my god!, no hay duda lo que dice la monja tilinga que sale por televisión en las mañanas, ¡vivimos en tiempos apocalípticos!, sinceramente, ésta se escapó de un cuadro de Dalí, y justo a mí me toca tener que lidiar con esto, lo que una soporta para su formación académica integral, por suerte es el último año del colegio, después... directo a New York, París, Milán. (Soñando...)
Estoy tan cansada que creo que me dará una jaqueca. Tomaré un descanso después del almuerzo, luego pasearé por las playas del club. Mi casa queda frente mismo a la sede social; ese barrio del Yacht es tan "cool", con el río que corre por detrás (pausa), sin contar los marginados que se ven a lo lejos, junto a los camalotes luchando por sus casas contra la inundación. Es el único lugar donde uno encuentra gente de su nivel. Este mi país me da tanta pena, ¡tanta gente pobre, inculta, sucia, marginal, y fea! Pero bueno, para que admiren mi belleza algunos muchos deben ser feos. Como ese guardia, por ejemplo, la cara de indio y el porte de un gorila, tomando zumo de yerba helada, pobrecito, ¡es un mutante! Por suerte esta gente me tiene a mí cerca de ellos, una sencilla mujer hermosa e impactante.
(Mira su espejo con agrado y luego alrededor amenazada.)
Y estas mis compañeras que no me dirigen la palabra, es que no saben cómo dirigirse hacia mí, toda una top-model, me miran y se ríen. Leticia una vez me preguntó, sí, aquella desfasada, que tiene aires de hippie en este tiempo de plástico, si por qué yo nunca hablo con nadie, por qué siempre en los recreos me paso todo el tiempo en el baño retocándome el maquillaje y el peinado, y entre mis cuadernos escondo mi espejito de mano para cualquier momento. Yo la miré, levanté una de mis cejas, y giré, ella se atrevió a tocarme el hombro para detenerme, agarré su mano y la hice a un lado.
(Se peina y se retoca el maquillaje rápidamente.)
Sí madrina, ya voy a empezar a lavar las ropas, esas ropas asquerosas, ni siquiera son mías, pero tengo que lavarlas, esa fue la condición con que madrina me mandó al colegio. Yo terminé el sexto grado aquí nomás en el barrio, después yo le insistí un montón para entrar al Colegio Nacional de Niñas, y ella me dijo que a cambio tenía que ayudarle con los quehaceres de la casa: lavar las ropas de los vecinos, cocinar, y atender al compañero de mi madrina en sus cochinadas; ese viejo barrendero de la municipalidad, él me tocaba todo el cuerpo y después me daba un poco de plata, "tomá mi reinita", me decía con sus ojos de-generados y sus manos ásperas pasando suavemente por mis pezones, con lo que corría a comprar mis maquillajes.
¿Cómo me veo?, ¡que bonita soy!, ¡dulce y cándida vocecita!, mis cabellos ondulan al ritmo de mis caderas. ¿Qué hago para tener esta cintura de muñeca? Como de todo: pollo, milanesas, ensaladas de papa, remolacha, atún, lasaña, asado, de todo. Eso sí, luego todo para afuera, y para terminar un té de rosas. ¿Si tengo novio? Querida, mientras más utilidad tenga ese chico, o esa chica, que pueda compartir conmigo, tanto mejor es mi pareja ideal. ¿Si soy feliz? ¿Feliz...? Feliz es una palabra muy... difícil, porque... yo no la uso. Ahora, eso sí, yo me debo a mi público que me ama, me idolatra, me persigue a todas partes, y para ellos siempre seré Lilí, y por ellos debo existir.
Y yo voy a hacer lo que sea para seguir mi destino, y nada ni nadie me apartará de conseguir lo que quiero, ser modelo, una modelo famosa, rica y poderosa. Te juro por este crucifijo (lo besa y lo lame).
¿Qué es lo que querés ahora madrina? A la pucha, no se puede luego una concentrar tranquilamente. Sí, ya voy a prender las velas, una para la Virgen de Caacupé, otra para San Miguel y esta chiquitita (quita la vela de su cartuchera de maquillaje) para la Pompa Gira, para que me ayude a conseguir buenas partidas. (Prende las velas y al final sonríe con picardía.)
(De: Sobre el río... y otras historias: Ejercicios para actores, 1998)
Lucía Scosceria
(Finale Ligure [Savona, Italia], 1945)
Poeta, narradora y docente. Aunque italiana de nacimiento, a los siete años llega a Paraguay con su familia, radicándose en Encarnación. Allí realiza sus estudios primarios, secundarios y terciarios, y allí reside actualmente. Abogada y licenciada en Pedagogía y Filosofía por la Universidad Católica de Encarnación, ejerce la docencia durante casi tres décadas, desde 1965 hasta 1992, año en que se jubila y fecha que marca el principio de su prolífica producción literaria. Desde 1993 en que aparece Cuentos de Lucía (cinco cuentos y una novela corta), su primera obra, ha publicado ya unos veinte libros. También de 1993 son Desnudando el alma (poemas), El lapacho (novela), Historias de amor (tres novelas cortas) y Poemas de Lucía. En 1994 da a luz Amelia (novela) y Simplemente relatos (cinco cuentos y una novela corta). En 1995 publica Poemas sin tiempo y, en co-autoría con Olga Samcevich de Ladan (Carmen del Paraná, 1932), edita Antología poética de Itapúa, recopilación de poemas de poetas de la zona de Itapúa. En 1996 sale Para contar en días de lluvia, una colección de quince relatos. Desde enconces han ido apareciendo: Poemas y poetas (compilación de autores locales; 1997), Decisiones (cuentos; 1998), Nuestros cuentos (compilación de cuentos de autores de Encarnación; 1999), Sueños de cristal (poemas; 1999), Sobredosis de cuentos (2000), t-quiero.com (cuentos; 2001), ¡Cuántos cuentos! (2002), Cuentos sin mordaza (2003) y Ese extraño equilibrio de lo opuesto (relatos eróticos; 2004), su obra más reciente.
LA CITA
Miro de reojo hacia la puerta entreabierta que da al corredor.
Con sigilo vuelvo a sentarme frente a la computadora. En menos de cinco minutos me estoy comunicando con Héctor. ¡Quién hubiera pensado que la austera jefa de personal tendría un amigo, que poco a poco estaba pasando al plano de pretendiente, por Internet! Este es mi secreto, que lo tengo bien guardado.
El problema es que yo temo el encuentro, físico, se entiende. Me siento cómoda con el anonimato que me proporciona la pantalla, me hace desinhibida y natural. Lo comprendo. Sé todo lo que le gusta y lo que le disgusta. En qué trabaja, su vida pasada, que no se recuperó nunca de su viudez y sus sueños actuales. Mantenemos una relación totalmente platónica. Nos compenetramos totalmente. Acordamos no hablar de nuestras señas particulares ni mandarnos fotografías. Nos gustan los mismos poetas; nuestro preferido: Gustavo Adolfo Bécker, la música romántica, caminar por la orilla del mar, conversar sobre literatura, leernos los poemas que escribimos en nuestros ratos libres y pasear al anochecer. Nuestras edades son casi iguales. Y somos libres. El viudo, sin hijos, yo divorciada, sin hijos. Me enternecí con el relato de su matrimonio breve, truncado por la enfermedad y muerte de su querida esposa.
Ahora Héctor viene de su Corrientes natal a Buenos Aires y exige encontrarse conmigo.
Pero, ¿y si me considera gorda? ¿Y si le parezco vieja? ¿Y si le desilusiono? Todas estas preguntas me aterrorizan, porque me siento locamente enamorada de él, de la persona que hace más de tres meses me devolvió la alegría de vivir.
Silenciosamente se me escapa un suspiro de la garganta. Las letras saltarinas de la pantalla me dan el saludo de Héctor en su sitio habitual. Me dispongo a contestar.
Sí, el domingo. En la confitería "El Paraíso", a las cinco de la tarde. Yo también estoy impaciente por encontrarnos (Las letras no revelan que estoy mintiendo). Llevaré un vestido blanco. Tendrás puesta una camisa blanca, llevarás un ramo de rosas rojas en la mano.
No puedo dormir. Me doy vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Estos tres días previos al domingo me dejan con profundas ojeras. Mi idea no me parece tan brillante. Lourdes me va a ayudar.
Entro en la confitería con cierta aprensión. Busco la mesa más alejada de la puerta. Se encuentra poco iluminada. Me siento en la confortable silla como si fuera a desmayarme. Guardo en mi cartera el libro "Rimas". Pido una gaseosa. Trato de tranquilizarme. Total, es imposible que me reconozca. Estoy vestida con una blusa rosa y una falda negra. Faltan diez minutos. Mis ojos no se apartan de la puerta. Entra y sale gente.
Se me corta la respiración. Un hombre de camisa blanca y un ramo de rosas rojas entra al lugar. ¡Es él! Es algo obeso, pero tiene una sonrisa a flor de labios. No es tan alto como me había dicho, pero todos podemos equivocarnos al describirnos. Lo veo mirar hacia todos lados, parece desconcertado. Su sonrisa se amplía mucho más al dirigirse al centro del local. La mujer de vestido blanco le sonríe. El le entrega las flores. Se dan un apretón de manos y dos besos castos. Encontrados sentimientos me dejan confusa. Mis manos están heladas y mi rostro ardiente. ¿Qué se estarán diciendo? ¿Se sentirán bien juntos? ¡Soy yo la que debería estar en ese lugar! ¿Nunca superaré mi desconfianza hacia los hombres? ¡Diez años pasaron! Pero mi mente me muestra como una película en cámara lenta la cara asombrada de mi ex marido en la cama con otra. Como si fuera ayer. Lo perdoné, pero la desconfianza me tomó como amante. Nunca pudo abandonarme.
¡Pero me siento tan sola! Tal vez Héctor no sea igual,
tal vez...
El local se llena poco a poco de gente. Paradójicamente me siento cada vez más sola.
Una carcajada se eleva de la mesa donde están Héctor y la mujer de blanco. Siento vértigos. Cierro los ojos unos instantes, pues las náuseas no me abandonan. Poco a poco me siento mejor. Las lágrimas me corren por las mejillas arrastrando a su paso el maquillaje que con esmero me puse por la tarde... ¡Estoy arrepentida de haber enviado a Lourdes en mi lugar! Héctor no podrá perdonarme nunca. Se nota que la están pasando de maravilla juntos. Una nueva carcajada me hizo abrir los ojos, anegados en llanto.
Un desconocido dice algo sobre que no hay sillas en el lugar. Si le puedo dejar compartir la mesa. Que espera a alguien y no sé qué cosas más. Mi primer impulso es salir corriendo del salón. Poco a poco me calmo. El hombre cortésmente me entrega un pañuelo. Lo tomo con cierta vergüenza. No sé qué le digo, que perdí algo muy valioso, que soy cobarde, que nunca rehuya una obligación, que hoy había aprendido una lección y no sé cuántas cosas más. Sus ojos miran detrás de dos cristales transparentes, los que no impiden que vea en ellos cierta simpatía, no sé cómo estamos tomando café y le estoy contando todo sobre mi vida, mientras veo que Héctor y Lourdes están hablando muy animadamente sin dejar de reír.
El hombre dice que no me culpe por lo que hoy hice. Todos nos equivocamos, sin ir más lejos, él también había co-metido muchos errores, que eran parte del aprendizaje del largo camino que se llama vida, donde nos caemos muchas veces, pero lo importante es levantarnos y volver a caminar. Creo que tomamos más de cuatro cafés, este hombre tiene la virtud de hacerme hablar hasta por los codos. Pienso si no será sico-analista. De reojo veo que Héctor y Lourdes se levantan de la mesa. El, caballerosamente, le retira la silla. Tomados del brazo toman rumbo hacia la calle. Curiosamente no me siento he-rida. Se lo debo todo al desconocido. El mira el reloj. Me pregunta si quiero caminar por la plaza que se ve frente a la confitería y agrega: "Antes de que muera la tarde".
Una leve inquietud se acrecienta en mi pecho al escuchar esa frase.
No estás tan sola como crees, sabes. Lourdes es una buena chica y creo que se llevará bien con mi amigo.
¿Qué quiere decir? ¿Cómo sabe de Lourdes? Lee el interrogante en mis ojos. Sin decir palabra ya me pone en la palma de la mano un pequeño libro. Las Rimas de Bécquer. Comprendo todo. Yo, no digo nada. Le doy la rosa roja que tengo casi mustia dentro de mi cartera y frente a las miradas azoradas de todos nos damos un gran beso.
(De: t-quiero.com, 2001)
Victorio V. Suárez
(Asunción, 1952)
Poeta y periodista. Miembro de la llamada "promoción del 80" y egresado de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción en 1991 (con una tesis de licenciatura titulada "Corrientes culturales del Paraguay"), fue director y fundador del "Taller de Historia: Alfredo Seiferheld" de dicha institución universitaria y actualmente enseña literatura paraguaya en la Universidad Nacional de Asunción. En 1977 fue galardonado con una de las principales menciones del Primer Concurso de Poesía Joven organizado por el Instituto Paraguayo de Cultura Hispánica. Publicó sus poemas y artículos desde 1974 en los suplementos culturales de La tribuna y de ABC Color. En 1984 fue uno de los fundadores de Editora Taller (del "Taller de poesía Manuel Ortiz Guerrero"). Parte de su obra poética apareció en las ediciones colectivas de dicho taller: ...Y ahora la palabra (1977), Poesía Taller (1982) y Poesía Itinerante (1984). En 1985 dio a conocer su primer poemario: Los fuegos del alba. Es además autor de Literatura paraguaya 1900-2000 (2000), un voluminoso trabajo sobre la literatura paraguaya del siglo XX que incluye, entre otras cosas, reportajes a escritores representativos del período, que se han ido publicando a partir de 1992 y durante varios años en los suplementos literarios de ABC Color y del diario Noticias, de cuyo suplemento dominical fue director entre 1994 y 1998.
MUCHACHA DE MAR Y ALAMEDAS
Muchacha de mar, en mi corazón golpea
el irresistible fluido de las uvas
y en la memoria perdura tu fulgor marino
con el imponente resplandor de las alamedas.
Por aquellas calles donde paseábamos
el color alegre del sol o la tristeza larga del exilio
imaginariamente te encuentro todos los días
y desde adentro mismo de todas las cosas
sube tu aroma latinoamericano
y tu encendida presencia de infinitas luchas.
Es cierta la distancia
y el prolongado vuelo de las añoranzas.
No sé por dónde empezar para contarte
las anécdotas que llevan tu nombre
o para decirte la simpleza del día
cuando el verano muere en repetidas ausencias.
Las viejas ilusiones llevan un latido vegetal
y palpan el espejo donde miro para ver
de qué manera a veces no regresa el tiempo.
Deambulando en el viento
imagino tu espalda
y los mansos veleros con movimientos de gaviotas.
La vida se me ha vuelto un círculo
donde no hay gargantas con sabor a guitarras
ni almohada que dibuje pájaros
tras el incienso semanal de las entregas.
Todo se pierde en vanas caricias,
nadie absorbe el aguacero de enero
ni los matices que impregnaron la tarde
en que tú y yo abrimos piel a piel la magia del fuego
y el poder indestructible de nuestras querencias.
Muchacha de mar y alamedas
tu voz me llega desde lejos, desde las nubes,
desde el silencio
y redimido después de tantas vigilias
recupero la esperanza que me diste el día
en que descalzos aprendimos a amar y abrir
las vísceras del canto.
Mañanera presencia, California es el humo que vaga
y a pesar de la diferencia de horarios
y la eterna transición de las rosas
yo sencillamente te espero
en la abierta lentitud de los días.
(De: Diario Hoy, Suplemento Cultural, 30 de septiembre de 1992)
Natalicio Talavera
(Villarrica, 1839 - Campamento de Paso Pucú, 1867)
Periodista, poeta y narrador. Famoso cronista y poeta-testigo de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), el mérito principal de las obras de Natalicio Talavera radica en el hecho de haber sido concebidas y escritas en el campo de batalla, característica compartida con una conocida obra del escritor mejicano Mariano Azuela, Los de abajo (1916), primera novela de la Revolución Mejicana. Muerto antes de que terminara la guerra, en el campamento de Paso Pucú, Natalicio Talavera dejó un "Himno", muchas crónicas (publicadas en El Semanario, periódico de la época) y diversos poemas patrióticos cuya nota recurrente es el dolor de impotencia frente a la destrucción de la patria invadida y sufriente.
LA BOTELLA Y LA MUJER
Disputaban por saber
un pastor y un lechuguino
cuál es el tesoro más fino:
¿la botella o la mujer?
Aquél dijo, a mi entender
es más sabrosa y más bella,
la botella.
Cuando exhausto de fatiga
bajo un ombú me reclino
de Baco el licor divino
todas mis ansias mitiga:
allí es mi mejor amiga,
mi sol, mi luna, mi estrella,
la botella.
El que empieza a envejecer
se refocila, imagino
más en dos cuartas de vino
que en seis cuartas de mujer,
porque siempre está en su ser
sin melindres de doncella,
la botella.
Calla, dijo el lechuguino
sólo un hombre sin templanza
puede poner en balanza
a las mujeres y al vino;
¿quién suaviza el cruel destino?,
¿quién da el supremo placer?
la mujer.
No hay contento comparado
con los goces del amor,
ni otra delicia mayor,
que el amar y ser amado;
es el don más delicado
que Dios quiso al mundo hacer,
la mujer.
Sin ellas todo sería
caos de inmensa tristeza
porque son de la natura
la más perfecta armonía,
es del hombre la alegría,
consuelo en su padecer,
la mujer.
No siempre, dijo el pastor,
porque salen camarada
a estocada por cornada
el fastidio y el amor,
mas mi prenda es superior,
no es falaz como aquella,
la botella.
Cuantos más besos le doy,
más me inflama y me enardece
y cuando aquel desfallece,
yo más animado estoy:
Papa, Rey, Príncipe soy
sin que me cauce querella,
la botella.
Dama que no pide y da
grata aún después de gozada
cuando la ven más preñada
tanto más virgen está,
sin mujer muy bien me va
porque me suple por ella,
la botella.
Silenciosa y no profana
un tapón tiene su boca
aunque a celos la provoca
tal vez cierta Dama-Juana
espera su turno ufana
y su rival no atropella,
la botella.
Mujer, dijo el lechuguino,
bocado de Reyes es,
pues dice el hombre al revés
de los reyes en latín,
mas no conoce un mal sin
de cuanto puede valer,
la mujer.
A nuestros hijos, que humanos
dan sus cuidados prolijos:
a ver si a ti te dan hijos
botellas de damajuanas;
en sus angustias tiranas
sabe al hombre sostener,
la mujer.
Tiene el hombre una aflicción,
gime solo . . . y de repente
va a su amada, y luego siente
tas, tas, tas el corazón;
porque innata afección
le dice que es su placer,
la mujer.
En esto se dejan ver
Baco y Cupido abrazados
y dice: Callad cuitados
que no nos sabéis entender;
todo puede complacer
tomando en medida bella;
la mujer y la botella
la botella y la mujer.
(De: Romualdo Alarcón Martínez, ed., El parnaso guaireño, 1987)
Ida Talavera de Fracchia
(Asunción, 1910-1993)
Poeta, narradora y pintora. Aunque en vida sólo publicó un libro Esto de andar, 1966, esta prolífica pintora y poeta de gran sensibilidad y fuerza artísticas tiene también en su haber numerosas obras inéditas, incluyendo versos en guaraní. De dicho caudal inédito forman parte los siguientes poemas: "Protesto", "Lámpara en vigilia", "Sin brújula en la noche" y, en guaraní, "Jheruguá Poty", para dar sólo algunos títulos representativos.
NO ES LUNES
No es lunes ni es septiembre
y sin embargo
se está llenando el patio
de unos verdores nuevos.
Vuela el alma y picotea
como un pájaro
el alma del misterio.
Esta tarde sin ti
que ya se marcha
me toma de la mano
y tu recuerdo
camina aquí a mi lado
quietamente.
Tu voz
como una música olvidada
acuna mi tristeza
y tiene de otros días
y otras noches
la fugaz trayectoria
de una estrella.
Todo viene de ti
y hacia ti vuelve
y sin embargo
no es lunes ni es setiembre.
PUEDES PONERLE UN NOMBRE
Puedes ponerle un nombre,
tú que lo sabes todo,
a mí, ya no me importa.
He soltado los remos
y voy a la deriva,
no me importa si hay playas
o puertos que me esperan,
o dunas solitarias,
o cantos de sirena.
Me voy con estas manos
vacías, sin estrellas,
no llevo nada, nada,
ni brújula siquiera;
he olvidado los mapas
y perdí los caminos,
ya no tengo una meta,
ni me importan las rutas,
que bifurcan sus brazos
acercando las vidas;
he soltado los remos
y voy a la deriva.
(De: Esto es andar, 1966)
Rudi Torga (Gabino Ruiz Díaz Torales)
(San Lorenzo, 1938 - Asunción, 2002)
Actor y director de teatro, poeta bilingüe (español-guaraní) y periodista, Rudi Torga es el seudónimo o nombre artístico de Gabino Ruiz Díaz Torales. Egresado de la Escuela Municipal de Arte Escénico "Roque Centurión Miranda", entre 1964 y 1969 se desempeñó como actor y director del Teatro Popular de Vanguardia (TPV) y en 1970 fundó y dirigió el Teatro Estudio Libre, incorporado al Programa de Acción Cultural Comunitaria de Misión de Amistad. Socio fundador del Centro Paraguayo de Teatro (CEPATE) y de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP), ha sido también columnista regular de la sección "Arte y Espectáculos" del diario Hoy durante mucho tiempo. Autor bilingüe desde sus primeros inicios poéticos en 1955, Rudi Torga ha reunido todos sus poemas en dos poemarios titulados, significativa y respectivamente, Manduarã (1990), volumen en donde ha publicado sus versos en guaraní, y Donde mi canto pasó, publicado póstumamente (2003) y título bajo el que ha incluido su producción en español. Dejó además varios textos inéditos, entre ellos: Esta Tierra Soy Yo, obra de teatro, y Julio Correa: Texto y Contexto, sobre el conocido poeta y "padre" del teatro en guaraní. Según el propio autor, la mayoría de sus poemas han sido concebidos "en verso y con música". En efecto, casi todas sus obras poéticas están musicalizadas y han sido grabadas en disco y casete por varios intérpretes y conjuntos paraguayos. Son también de su autoría: Antología del Teatro Clásico en Guaraní (1998) y Pascual Duarte Rekovekue (2001), traducción al guaraní de La familia de Pascual Duarte (1942), conocida novela del escritor español Camilo José Cela (Premio Nobel 1989).
LA PATRIA QUE LATE EN MI *
* Tiene música de Arnaldo Llorens.
La patria que late en mí
es una patria de hermanos
donde se puede vivir
sin temor a los tiranos.
La patria que late en mí
es una patria sin amos
donde se ve construir
el presente trabajando.
La patria que late en mí
es una patria de canto
porque el hombre no está allí
existiendo amordazado.
La patria que late en mí
es una patria sin llantos
en ella son cual jardín
los sentimientos humanos.
La patria que late en mí
tiene el futuro ganado
porque ha logrado abolir
la injusticia y sus daños.
La patria que late en mí
siempre estará progresando
porque ningún ser infeliz
se la estará aprovechando.
La patria que late en mí
es patria sin exiliados:
el hombre debe vivir
donde le guíen sus pasos.
La patria que late en mí
es la del estudiantado
no del sicario servil
que el dictador ha amaestrado.
La patria que late en mí
es la del campesinado
no del mandón sableril
que se llama "comisario".
La patria que late en mí
es la del proletariado
nunca del caudillo vil
que juega al conciudadano.
La patria que late en mí
no tiene privilegiados
todos respiran allí
fraternal calor humano.
La patria que late en mí
late con arpas y rayos
¡es la que empezó a vivir
un día catorce de mayo!
RONDANDO LA CIUDAD *
Las callejas duermen sin rumor de pasos.
Asunción galana con su lucha está.
Más bebiendo arenas de jazmines blancos
el Agente ronda ronda la ciudad.
Presagio sin rumbo va y viene en la noche.
En cambio el Agente da "sin novedad".
Los perros cansados de asustar peatones
igual que sus dueños duermiéndose están.
Es larga la noche. No llega la aurora.
Insomnes guitarras ya no suenan más.
Leal a su lema: la Paz de los hombres,
el Agente ronda ronda la ciudad.
(De: Luis María Martínez, ed., El trino soterrado, vol. II, 1986)
EL RIO DEL TIEMPO
a Néstor Romero Valdovinos
Camalotes en el río del tiempo
Hacia el puerto del hombre viajo.
Y a medida que voy navegando
No consigo acercarme a ese puerto.
Repartido entre el ruego y el canto
Yo no cuento en el vasto universo.
Y oprime mi ser el silencio
De un latido que se va acabando.
Yo no sé si este ir siempre es bueno
Pues tampoco he podido quedarme.
Así vivo hilvanando cantares
Para darme a mí mismo consuelo.
Camalote en el río del tiempo
Hacia el puerto del hombre viajo.
(De: Donde mi canto pasó, 2003)
Arnaldo Valdovinos
(Villeta, 1908 - Buenos Aires, 1991)
Poeta, ensayista, narrador y periodista. Durante la guerra del Chaco publicó Bajo las botas de una bestia rubia (1933) y Cruces de quebracho (1934), relatos que reflejan la angustia y el horror de la contienda. Unos años después apareció uno de sus más elogiados poemas, "El Mutilado del Agro" (1935), donde canta también el dolor de los caídos. Otro poema muy conocido es "Asunción", premiado con Medalla de Oro por la Municipalidad de la capital en un concurso de juegos florales convocado para celebrar un aniversario más de la fundación de Asunción. Circunstancias políticas lo llevaron más tarde al exilio en la Argentina donde vivió casi medio siglo hasta su muerte en Buenos Aires. De aquella época son sus estudios sobre el folklore paraguayo, reunidos en forma de libro con el título de La incógnita del Paraguay (1944).
EL MUTILADO DEL AGRO
¡Quién duda que te hará falta esa pierna,
cuyo pedazo trunco,
hoy oscila como péndulo roto
entre tus dos muletas!
Eras un hombre libre, sano y fuerte,
sin temor a la vida ni a la muerte.
Macho para el trabajo y los dolores,
las huellas de tus pies dominadores
de malezas hostiles, de marañas
hirsutas y malignamente hurañas,
marcadas han quedado en los caminos
de todos los recodos pueblerinos.
Amabas el trabajo y el pedazo
de tierra que sembrabas. Había un lazo
de afecto natural que decidía
tu apego hacia el sembrado y la alquería.
¡Eras todo un creador! Bajo el milagro
de tus manos curtidas en el agro,
las semillas tornábanse fecundas;
y sentías secretas y profundas
sensaciones humanas y divinas
desbrozando del suelo las espinas.
Y así, con la conciencia de tan santo
destino, tú sentías el encanto
y el orgullo de un Dios bueno y creador
en tu placer viril de sembrador.
Tu ambición era estrecha; tu pobreza
no turbó la ansiedad de la riqueza;
un dictado secreto te decía
que más de lo que eras, no serías;
además, abonabas tales creencias
en constantes y ajenas experiencias.
Así, nunca tuviste sueños vanos;
no podías ser más que tus hermanos
campesinos, presentes y pretéritos,
a pesar de tus luchas y tus méritos.
Por la fuerza ancestral y fatalista
de esta anímica herencia pesimista,
no creíste jamás que la fortuna
tuviera que ofrecerte gracia alguna.
¡Pero tú eras feliz!
Tu noción de la vida y de Dios, era
sencilla, clara y buena a tu manera.
Lo que la ciencia cree impenetrable
muy fácil lo volvía y explicaba
tu nativo evangelio: la agüería.
¡Jamás te preocupó la trilogía,
ni aquello de si Cristo es Jesucristo,
si es un Dios en verdad o sólo un hombre!
A ti ha llegado el eco de su nombre
con la mágica escolta de la gloria,
desde el seno lejano de la historia;
y en él tu fe sencilla ha descansado.
No escuchaste jamás el cuento amado
de las mil y una noches, ni en tu ingenio
sospechaste, que un tiempo vivió un genio
al cual los hombres llaman Napoleón,
y que del mundo fue la admiración.
No oíste nunca hablar de la cultura
oriental, como base o levadura
de la otra llamada de Occidente
ni del senil achaque que resiente
a las naciones clásicas de Europa,
que hacia el Oriente vuelve, viento en popa,
en medio de un espasmo de agonía,
según dicen las doctas profecías
Sencilla fue tu idea religiosa:
todos los santos son la misma cosa,
pero eso sí: alguno es más amigo
que otros, pues, soporta ser testigo
de cualquier juramento; además,
lo bueno que le pides a él, jamás
ni lo malo tampoco se ha negado
de hacerlo, que por algo es "tu abogado"
para todas tus cuitas y pesares.
Tú también, es verdad que en tus andares
has demostrado serle más que fiel;
¡si hasta un nicho le abriste en viva piel
de tu cuerpo! Allí, o en un rosario,
llevas su efigie en santo escapulario.
Tus días matizaban con motivos
baratos, pero plenos y emotivos
para tus concepciones y sentires:
correr a campo abierto hasta que estires
la lengua de cansancio, tras los teros
o perdices, en tardes de aguaceros
propicios; o tomar tu fiel amiga
la guitarra, que irá para que diga
por ti, frente al "tapyi" de tu morena,
cuáles son tus dolores y tus penas,
y para ello cruzar el malezal
con la magia instintiva y nocturnal
de quien trabó amistad con las estrellas.
No te inquietaron nunca las querellas
de este mundo plagado de maldades.
No sabías de extrañas dignidades
caprichosas y abstractas, que fecundan
los males y tragedias que hoy inundan
a los pueblos. Honor, tradición, gloria,
moral, cultura, ética, historia,
derecho, todo aquello que englobado
forma lo que llamamos el sagrado
y universal tesoro de naciones,
para ti no existían ni en nociones
ambiguas, pues, que nunca estos asuntos
tocáronse en velorios de difuntos,
donde cualquier secreto se revela
al correr de la caña y la mistela.
Tenías dignidad a tu manera;
por ejemplo, en un baile, grave era
escuchar una polka ejecutada
adrede en contra tuya, colorada
por caso, no ignorando el atrevido
el "color" liberal de tu partido;
o que de un cuello cuelgue un insolente
pañuelo azul, sabiendo el prepotente
que por no aguar la fiesta y por antojo
prudente, no exhibiste el tuyo, rojo;
o que el rival audaz un tropezón
simule, y te arrugue el pantalón,
por mostrarse a la dama veleidosa,
que con ambos sonríe, vanidosa,
son ofensas gravísimas que el hombre
debe lavar con sangre, si su nombre
mezquina, que si no, es un cobarde
Muchas veces así, cuando en la tarde
de los sábados ibas a bailar,
por fuerza te obligaban a matar,
o a volver con el tajo de una herida.
Así era el concepto de la vida,
de la honra y del valor que tú tenías.
¡Y eras hombre feliz! Pero un mal día,
el espanto rugió sobre la tierra.
Los jinetes del cuento pavoroso
aullaron a los vientos su luctuoso
alarido de muerte y de miseria.
Destinado tú estabas a esa feria
de brutales horrores y de males,
provocada por almas criminales
entre whisky y bostezos de salones;
llegaron hasta ti, lamentaciones
de pavor y de miedo. Te pidieron
auxilio y protección y te ofrecieron
a cambio de tu vida, la gran gloria
de penetrar al templo de la historia,
precedido de famas y de honores
que rimarían épicos cantores.
Te hablaron de moral y de derecho,
de posesión de juris y de hecho,
de conquistas pretéritas, de reales
cédulas y de audiencias virreinales,
de líneas meridianas, y también
de status-quo y utis no sé bien
si posidetis ¡Claro que tu ciencia
no dio para entender tales sapiencias!
Entonces te dijeron que la amada
y humilde patria estaba amenazada
por muy grave peligro, que era urgente
que opusieras tu pecho al prepotente
invasor, que ya a pasos de tambores
venía desplegando en sus clamores
la bandera del luto y de la muerte
¡No averiguaste más! Tu diestra fuerte
arrojó la semilla y el arado
amigo, en mitad de tu sembrado;
empuñaste un fusil y a la batalla
corriste, para ser férrea muralla
contra el malón audaz de nuevos hunos,
sin jactancia ni nombre propio alguno
¡Y en la brutal acción de la jornada
de sangre, fuiste todo, sin ser nada!
Has vuelto ya. Comprendo en tus pupilas
que divagan serenas y tranquilas
sobre el miraje azul de la llanura
la secreta ansiedad que te tortura
¡Quién duda que te hará falta esa pierna,
cuyo pedazo trunco,
hoy oscila como un péndulo roto
entre tus dos muletas!
(De: Sinforiano Buzó Gómez, Indice de la poesía paraguaya, 3ª ed., 1959)
Roque Vallejos
(Asunción, 1943)
Poeta, ensayista, periodista y crítico literario. Aunque médico de profesión, desde hace muchos años se dedica a la creación y crítica literarias. Miembro de número de la Academia Paraguaya de la Lengua Española desde 1973 y de la Sociedad Científica del Paraguay, Roque Vallejos ha colaborado en periódicos y revistas literarias diversas. Ha publicado varios poemarios, entre ellos: Pulso de sombra (1961), Los arcángeles ebrios (1964), Poemas del Apocalipsis (1969), Los labios del silencio (1986), Tiempo baldío (1988) y Antología poética (2000). También es autor de dos antologías literarias: Antología crítica de la poesía paraguaya contemporánea (1968) y Antología de la prosa paraguaya, tomo I (1973). Su producción crítica incluye, entre otros, los siguientes títulos: La literatura paraguaya como expresión de la realidad nacional (1967, 2ª ed., 1971; 3ª ed. corregida y aumentada, 1996), libro que obtuvo el "Premio de Crítica Nacional John F. Kennedy", Palabras al viento (1972), selección de ensayos críticos, y Josefina Plá: Crítica y Antología (1995).
EL ULTIMO POEMA
No hay última poesía
sino miedo a escribirla
la bandera arriada
en la mitad del cielo
¿por qué negar ideas
cuando sobran palabras?
¿por qué volver sepulcro
una trinchera viva?
No se niegue al poema
el conjuro de voces
no se plieguen los labios
que aún son sementeras
un corazón que abrasa
es perpetuo rescoldo
una sola semilla
yema de primavera.
Sólo el tiempo no deja
al pasar su ceniza
sólo el alma no acaba
donde termina el cuerpo
no hay represa que alcance
a detener un río
ni hay silencio que pueda
matar una poesía.
Asunción, 26-XI-1987
PARADOJAS
I
Sentir el vacío literario
es tomar conciencia de
la literatura.
III
El hombre puede
penetrar en la palabra,
como la palabra puede
penetrar en el hombre.
Pero sólo cuando ambos
hechos coincidan en
algún punto, se producirá
la poesía.
XIII
A veces la realidad puede ser menos verdadera
que el recuerdo. Y el recuerdo puede
ser más verdadero que la realidad.
XV
La palabra es la anti-idea.
La anti-palabra es la idea.
XVI
La descapitalización de la conciencia
es la capitalización de la inconsciencia
XXII
Vivir es cambiar, cambiar es vivir porque sólo
en el cambio se consuma la vida.
(De: Tiempo baldío, 1988)
EL DESENCUENTRO CON EL TIEMPO
A Oscar Ferreiro, gran poeta
Hace tiempo que lucho con el tiempo
en la vieja porfía de los hombres.
Un bocado de muerte, él, me convida
Un bocado de vida le devuelvo.
Creí en mi juventud que el tiempo fuera
el haviu del beso de la novia,
los astros que en sus ojos se constelan
como un guiño de Dios en la mirada.
Y ya en otoño pensé que el tiempo era
apenas un hollejo de infinito
que el lagar de la vida va exprimiendo
para embriagar el corazón del hombre.
¿Qué pienso hoy que el tiempo se termina,
que la sulfúrea eternidad me quema
que ardo como pira sin residuos?
¡Qué importa al fin, si ya no soy yo mismo!
MORIR NACIENDO
Muriendo sin cesar
y sin cesar naciendo
así muero viviendo
así resucitando.
Amando y desamando
odiando y desodiando
así mi corazón
me está crucificando.
Como insectos voraces
me devoran mis sueños
mi alma es honda sima
que atenaza mi luz,
en la ausencia absoluta
la soledad perfecta
no impide el reverbero
siempre infuso de Dios.
(De: Antología poética, 2000)
Carlos Villagra Marsal
(Asunción, 1932)
Poeta, narrador, ensayista y periodista. Aunque abogado de profesión, desde muy joven se dedicó también a la creación literaria. Integrante de la llamada "promoción del 50", miembro de la Academia Universitaria del Paraguay, durante muchos años director de la Tertulia Literaria Hispanoamericana de Asunción, embajador de Paraguay en Chile (1997- 1999) y en Ecuador (1999-2003), actualmente es profesor de literatura guaraní en la Universidad Católica y en la Universidad Nacional de su ciudad natal. Co-fundador (con José María Gómez Sanjurjo y Jorge Gómez Rodas) y director de Alcándara Editora (1982-1988) que en sus breves seis años de vida dio a luz sesenta volúmenes de poesía paraguaya y director, además, de la Editorial Araverá (1985-1987), hasta la fecha ha publicado cinco libros y numerosos ensayos y comentarios críticos aparecidos en diversos semanarios culturales y publicaciones literarias nacionales y extranjeras. Es autor de tres libros de poesía: Antología mínima (1975), Guarania del desvelado [1954-1979] (1979), que incluye su épico "Canto a Simón Bolívar" (1954), premiado ese año en los "juegos florales" organizados por la "Sociedad Bolivariana del Paraguay" en homenaje a Bolívar, y El júbilo difícil [1986-1995] (1995), con ediciones paralelas en México y España bajo el título, en ambos casos, de Poesía congregada. Esta última obra (en sus tres ediciones) incorpora en sus páginas los seis poemas musicalizados de su Cantata del pueblo y sus banderas torrenciales (1986). En prosa, son de su autoría Mancuello y la perdiz (1965; 2ª ed. corregida, 1991; reeditada en Ecuador, 1995) novela corta ganadora del Primer Premio (en narrativa) otorgado en 1966 por el diario La Tribuna y Papeles de última altura (1991), colección de textos literarios y culturales diversos. En 1996 aparecen dos ediciones críticas de Mancuello y la perdiz: una en Quito (Ecuador), con prólogo y notas de Juan Manuel Marcos, y otra en España (Editorial Cátedra, Colección Letras Hispánicas), a cargo de José Vicente Peiró Barco. Actualmente tiene en preparación Etnococina del Paraguay (Indígena, mestiza, romántica y contemporánea), serie de ensayos con intención estética.
GRITO DE TIERRA
Grita
el cocuecero.
Vuelve de la chacra gritando
el cocuecero.
Viene gritando la tierra cuando grita
el cocuecero.
Con la antigua cruz de la azada
y con su grave y único grito
regresa este labriego.
Ha sido un día de fuego.
Pero grita su duro grito
el cocuecero.
Trae la espalda rota,
y por eso mismo grita en desafío
el cocuecero.
Sabe bien que la tierra no es suya,
y sin embargo va caminando detrás de su largo grito
el cocuecero.
De oscuro monte a monte
sigue el grito
solo
del campesino moreno.
La luz de cobre se acuesta en el rozado
mientras grita profundamente
el cocuecero.
Todo el crepúsculo cabe
en ese grito
de arriero.
Grito de madera que se incrusta
en el tremendo
silencio.
Allá el lejano, sufrido
grito
del cocuecero.
(De: Luis María Martínez, ed., El trino soterrado, vol. I, 1985)
ACTO
Mestiza de jazmín y sombra,
tu conseguida fragancia
sube por mi cuerpo, pronto
me ocupa y guarda.
De la tormenta al sueño,
oh desnuda que sólo nos reclama
la fiebre junta, el ámbito, la tarde,
en fin, la llamarada.
Pero tu cuerpo sabe:
su arco tenso dispara,
desde la dulce hondura,
una memoria cierta hacia mañana.
ELEGIA DEL DESTIERRO
Los despeñados de la patria,
los condenados a la ausencia,
traspasaron sus grandes ríos,
se internaron en la tristeza.
Porque la tierra era su herida
desde los pies a la cabeza,
les forzaron a verla lejos,
por entre llanto y humareda.
Se mudaron a la intemperie
cuando el odio selló la puerta:
así, su exilio es una espina
que por las sienes nos afrenta.
Mas hoy, compañeros errantes,
estamos izando la estrella:
al enseñarles el regreso,
aplaudirán nuestras banderas.
Mientras se cumpla el tiempo abierto
en que apaguemos esa ofensa,
nuestra canción no les olvida,
toda la casa les espera.
(De: Rubén Bareiro Saguier y Carlos Villagra Marsal, eds., Poésie Paraguayenne du XXe. Siècle, 1990)
MADRE
Basta
uno solo de los diez mil recuerdos
para enjoyar tu ausencia
mortal,
María Elena.
La mirada de ceniza verde, por ejemplo,
junto al qué vamos a hacer después
de niña presurosa
por recorrer las vidrieras de la ciudad y el mundo.
O tu projimidad insaciable
como la inclinación
a los helados de limón y de vainilla.
O esa distraída
manera de ensortijar o desrizarte el pelo
con dos dedos pensativos,
tu cabello oscuramente rubio
resuelto en los jazmines de plata del verano.
Así las memorias
encienden tristemente
la galería de tu ausencia.
Puro espacio
huérfano,
y en su hora
portal de nuestro inmaculado,
definitivo reconocimiento.
(abril 1995)
para Salvador Villagra Maffiodo
(De: Júbilo difícil, 1995)
Elsa Wiezell
(Asunción, 1926)
Poeta, pintora y docente universitaria. Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Asunción (1950) y catedrática de la Universidad de Columbia, desde hace varios años se dedica también a la pintura y ha expuesto en galerías de arte y centros culturales diversos. Prolífica poeta y participante activa del mundo artístico-cultural asunceno, Elsa Wiezell ha recibido numerosas distinciones de importancia, entre las que se cuentan el "Premio García Lorca" otorgado por "Amigos del Arte" en 1967, una "Mención de honor" de la Asociación de Escritores Guaraníes por su libro Puente sobre el Tapé Cué (1968) y el "Premio Integración Regional" en 1992. De su treintena de poemarios publicados, hay que mencionar: Poemas de un mundo en brumas (1950), su primer libro de poemas, Orbita de visiones (1962), Mensajes para hombres nuevos (1966), Palabras para otro planeta (1967),Virazón (1972), La cosecha del viento norte (1974), Antología Poética (1982), Poemas del aire profundo (1992), La tierra de los maizales (1993), Los dos y el mar (1994), Rumbo al arco iris (1995) y El hombre de la nube (2004), para dar sólo una docena de títulos representativos de su más de medio siglo de labor creativa ininterrumpida.
HABIA UNA VEZ UN SUEÑO
Había un espejismo de libertad
meteórica - torrencial
transmisible
como la sangre libre
como el amor boca arriba
como el mar temblando.
Pero hay una libertad con bellos peces
movediza y clara
sin miedo subterráneo
sin muro con hombre decapitado.
Recuerdo un café,
un arco - iris,
un ansia vertical
de cielo y pájaro.
¿Te gusta cómo vuelan?
No mires esa bóveda negra.
No tiembles con el frío
de un agujero silencioso.
Digo no a la puerta del terror
a la noche falsa.
Abre tu signo
el sol penetra el sótano
y un látigo
doblará la muerte de los crueles.
Los pájaros alzan el pico
su fuerza ilimitada
sacude el río
las fábricas
sobrevivientes de las máquinas.
Se abrirán las puertas máximas
Me desgarras.
Toma mis alas.
(De: La cosecha del viento norte, 1974)
LAS MANOS PERSISTENTES
Litorales fieros.
Mi patria es un barranco
con un río de vidrio.
La historia campesina
con uñas bajo tierra
va quedando en el surco
como una confidencia.
Calcinados de soles
despiertan sus heridas
con sangre de machetes.
Oscura libertad con pulso justo
levanta mano y hueso
al pan del día.
A veces aguaceros
le tumban de cansancio.
Sus manos agrietadas
pertenecen al indio.
Su guarania es la tierra.
(De: La tierra de los maizales, 1993)
TANTAS COSAS
La mirada entre relámpagos
la luz del trueno
y el viento bailando sin huellas.
Se oía la respiración de ambos.
Las manos iluminadas por el cielo.
En el silencio
con increíbles impulsos
hablamos tantas cosas
el tiempo de los niños
el próximo invierno
el charco entre las rocas.
En el torbellino
detuvimos la marcha
miramos el paisaje
y el agua
que abrazaba las verdes algas.
Nuestras pisadas
juntas como dos párpados
caminaban
rumbo a la eternidad.
(De: Los dos y el mar, 1994)
AMERICA
América para todos
una patria de justicia
hagamos con su bandera.
Sobre la mesa haya pan
en los ojos alegría
con el amor del trabajo
haya fruto cada día.
Que no dividan las razas
y no existan las fronteras.
Que aprendamos a soñar
en una América unida
Norte con Sur abrazadas
por nuestro amor redimida.
Que no dividan las razas
y no existan las fronteras.
(De: Peldaños de papel [Cuentos y poemas para niños y adolescentes], Escritoras Paraguayas Asociadas, 2002)
Carlos Zubizarreta
(Asunción, 1904-1972)
Narrador y ensayista. Considerado uno de los grandes prosistas de su país, Carlos Zubizarreta ha dejado páginas inolvidables del paisaje y las costumbres tradicionales del Paraguay en sus famosas Acuarelas paraguayas (1940). Otros títulos representativos de su producción literaria son: Capitanes de la aventura (1957), ensayos sobre dos figuras de la conquista (Irala y Cabeza de Vaca), Historia de mi ciudad (1965), Cien vidas paraguayas (1961), Los grillos de la duda (1966), colección de cuentos, y Crónica y ensayo (1969).
VELORIOS CON MUSICA Y BAILE
Ha corrido ya mundo una versión peregrina sobre los velatorios del Paraguay. Viajeros frívolos o chanceros, por no saber mirar que es un arte o burla burlando, dieron en decir que la gente del país tiene el hábito de bailar en los funerales.
El aserto es falaz pero encierra su dosis de verdad, como todas las falsedades que alcanzan éxito. El aborigen baila en los velatorios pero sólo cuando el muerto es un niño. Al igual que en el norte argentino los paraguayos dicen velorio, y no velatorio. La corruptela debe ser antiquísima. En su libro Supersticiones en el Río de la Plata Diego Granada se refiere a ella cuando cuenta que "la velación de un difunto que está de cuerpo presente lleva el nombre de velorio entre la gente vulgar, en sentido familiar entre la gente culta".
Quiero creer que la costumbre de los velorios con baile tiene raigambre jesuítica, ya que no indígena ni española, porque no sé de ejemplos similares en otros países del continente americano que también estuvieron sometidos al poder español y de él adquirieron savia y esencia. Tampoco la consigna ningún cronista del coloniaje ni existen rastros de ella entre los primitivos guaraníes o demás tribus guaranizadas.
La ocupación de la Compañia de Jesús de esas feraces regiones, al amparo que le prestara la Corona de España en tiempos del coloniaje, ha dejado surcos muy hondos en la conciencia popular paraguaya. Y es explicable que así sea, porque no se concretó sólo a la explotación del suelo, sino que se extendió también, natural, sabia y discrecionalmente, a la explotación del indio y del alma del indio. Así se justifica que pudiera resultar tan pingüe que asustara a los propios reyes cristianísimos.
Los hermanos Robertson, en su libro Letters on Paraguay, cuentan que las misiones jesuíticas rentaban a la Compañía arriba de tres millones de libras esterlinas anuales. Aparte de la fe que pueda merecernos la exactitud de la cifra, por venir de cronistas que han incurrido en muchas desproporciones al pintar las cosas, es indudable que la utilidad que producían era fabulosamente crecida.
Un niño que muere es un ángel que asciende al cielo. La suposición cabe esencialmente dentro del espíritu religioso que a cristazo limpio inculcaron aquellos santos padres en la mente del indio, dura como la madera de sus selvas, pero transparente como la linfa azul de sus arroyos. En aquellas reducciones, donde imperaba despótica disciplina y se regimentaban hasta las horas de amor a fuerza de campanazos, cabe imaginar también que debiera disciplinarse el dolor dentro de preceptos escolásticos y rígidos. Reduciéndolo, eliminándolo para los progenitores en el caso de muerte de sus vástagos tiernos y aun improductivos, hállase, de paso, a esa convicción un sentido de utilidad práctica nada desdeñable para el interés de los mentores.
¡Un ángel más para el cielo! No hay por qué llorar. ¿Qué madre no enjuga su llanto, no esconde su pena, sabiéndole alado y dichoso? ¿Es absurdo entonces que el adobe y la paja del rancho abuchen la risa, la música, en vez de congojas?
Esa vieja costumbre paraguaya de los velorios con baile, mozas y rondas de caña va perdiendo su añejo prestigio bienaventurado. Ya no existe en ciudades ni pueblos. Hay que buscarla ahora en el corazón de la campaña, bajo el alero arisco y tostado de sol de los ranchos campesinos.
Es condición esencial para la fiesta que el infante muerto no pase de la pubertad. Ello crea en favor de su pureza una "praesumptio juris et de jure", como dicen los juristas, que no admite prueba en contra y asegura a parientes y bailarines la certeza sobre lo fundado de su alegría.
Pasado el dolor de los primeros momentos, el dolor verdadero, la parentela se sume en los preparativos de la fiesta. Es posible que en algún rincón oscuro la madre permanezca todavía ajena a ellos, junto a los amados despojos, oyendo clavetear la caja blanca que preparan. Sale el chasque hasta el poblado más cercano en procura de la orquesta, que hará después leguas y leguas por caminos rojos, a la vera de la selva verdinegra o cruzando palmares. El arpa, las guitarras y la flauta van a lomo de caballo, rompiendo en mil añicos el cristal de los arroyos. Otras veces van a pie. ¡Oh, esos pies desnudos que huellan infatigables y ágiles la arena de todos los caminos y que recuestan y doman el abrojo de todos los pastizales!
Los ranchos que jalonan la ruta entéranse así del suceso. Si al cobijo del naranjal dormían la siesta, el ladrido de los perros acusará el paso de los músicos. No importa las distancias. Cuando la caída de la tarde enfríe los senderos ardorosos de sol, mozos y mozas bañarán su cuerpo moreno en el cercano arroyo, con el jabón de olor de los grandes acontecimientos, y emprenderán camino del velorio con los zapatos al hombro. Porque la moza de los campos anda descalza, pero mujer al fin, prefiere bailar calzada.
El rancho donde el niño muerto espera en su caja encalada el regocijo campesino antes de su ascensión al cielo acusa con rústicas luminarias su ubicación, borrado en el borrón de tintas oscuras que destila el monte. Va llegando gente como cuentas desgranadas de un collar. Los más a pie, algunos a caballo, con la china a grupas, sobre ponchos y pellones. Y el baile empieza bajo la enramada, matizado por rondas de esa caña rubia que pone fuego en los músculos y en los corazones. El tereré, cebado en largas guampas con virola de plata, refresca las fatigas del camino y de la danza.
En redor del cándido y lívido angelito que duerme su sueño indiferente las parejas bailan sobre el piso desigual polcas, chopíes, guaranias y galopas. Bailan incansablemente, hasta que llega el nuevo día. La concurrencia tonifica la resistencia de los músicos con frecuentes libaciones y se entrega con lujuria y deleite a la más primitiva de las artes. Un curioso documento antiguo da testimonio de la atávica inclinación que siente este pueblo por la danza. En carta dirigida al Consejo de Indias y fechada en Asunción el año 1556, que daba cuenta de la rebelión de Ramoncillo, el capellán Martín González, refiere lo siguiente: "Tenemos nueva que entre los indios se ha levantado uno, con un niño que dice ser Dios o hijo de Dios, y que tornan con esta invención a sus cantares pasados, a que son inclinados por naturaleza; por los cuales cantares tenemos noticia que en tiempos pasados muchas veces se perdieron, porque entretanto que dura ni siembran ni paran en sus casas, sino, como locos, de noche y de día en otra cosa no entienden, sino en cantar y bailar, sin que quede hombre ni mujer, niño ni viejo, y ansí pierden los tristes la vida y el ánima".
Y estos velorios de angelitos son ocasión propicia para que sus lejanos descendientes resuciten la afición y se entreguen a ella con pesada y contagiosa delectación carnal.
A la luz movediza de los candiles las parejas sudorosas giran estrechamente abrazadas. En la cocina humilde cébase el mate amargo de la madrugada; y las llamas intermitentes de la leña húmeda y escandalosa, iluminan y entenebrecen los rostros de la china que ceba y del arriero que aguarda.
Hasta que vuelve de nuevo el sol, y el campo despierta, y se lava con el rocío. Acompañados de los músicos de ojos enrojecidos por el insomnio y la caña van los despojos impúberes hasta el cementerio más cercano del lugar. Un cementerio sombroso, apacible, con canto de pájaros y alfombra de yuyos; ¡un cementerio donde la tierra sobra y resulta agradable ser una tumba más!
Después, las fatigas del baile hacen menos penoso el recuerdo de las primeras horas.
Ricardo Palma cuenta en sus Tradiciones Peruanas que en los antiguos dominios del inca estílase contratar mujeres especiales, llamadas lloronas, que con llanto y gemidos aseguran la nota del dolor necesario. Yo he visto también en la tierra guaraní viejas rugosas y ágiles que siguen al féretro con lamentos des-garradores y lúgubres, como melopeya intermitente que no tiene fin. No es uso pagarlas pero la lamentación constituye también un hábito indiferente que nace sólo de un deber de cortesía.
Mas en el entierro de un niño nadie gime. La muerte ha sustraído una vida al dolor de la tierra, ha elevado un alma a la bienaventuranza celestial, sin obligarla a andar el camino de prueba y padecimientos. Y la madre vence y aniquila su dolor egoísta para agradecer el don divino.
(De: Acuarelas paraguayas, 3ª ed., 1959)